El ocio pecaminoso

Este ocio obligatorio me ha recordado a san Juan Bosco, un temible pedagogo oriundo del norte de Italia, región que dos siglos después sería diezmado por el coronavirus porque sus habitantes no tomaron en serio la amenaza.

Aconsejaba Don Bosco que a los alumnos salesianos (como lo fue este servidor bajo el sol inclemente de Manta) había que mantenerlos ocupados todo el tiempo para evitar que Satán introdujera en sus cabezas adolescentes pensamientos non sanctos. Y que debían tener las manos sobre el pupitre por las mismas razones. Y debían ir a misa todos los santos días y rezar a cada rato, método infalible para que muchos de sus exalumnos no soporten una misa más ni en los funerales de los parientes.

En cambio, el dauleño Juan Bautista Aguirre vivió con soltura el ocio del exilio cuando un grupo de los jesuitas expulsados de sus colonias por el rey de España recaló en Faenza, otro pueblito italiano. Era Aguirre un modelo de cura intelectual que invirtió ese tiempo libre en escribir sobre lo humano y lo divino con pocos datos pero mucha imaginación y nostalgia. Entre sus obras se destaca la Historia del Reyno de Quito, un reino que nunca existió pero sirvió para dar pie a nuestra frágil identidad nacional. Más que historiador, Aguirre es tenido como el primer novelista del Ecuador, quien dejó además una ‘Colección de poesías varias hechas por un ocioso en la ciudad de Faenza’.

Existen, claro, formas más pecaminosas de matar el tedio. Una noche calurosa de julio del 77, NY sufrió un apagón que duró hasta la tarde siguiente. Sin TV ni aire acondicionado, muchas parejas se dedicaron a lo suyo y de tal modo que dicen que el ruido de los saqueos en las calles, porque los hubo, se mezclaba en los apartamentos con los gemidos del amor: 9 meses después la tasa de nacimientos tuvo un pico significativo en NYC.
No hay que ser clarividente para advertir que algo semejante sucederá luego de esta larga cuarentena, de la que muchos y muchas saldrán más gordos de lo que entraron. Y otros no saldrán. Como lo aclaró Freud, la Naturaleza no tiene moral ni compasión: coronavirus mediante, ese orden natural idealizado por los incautos nivela de un modo implacable: se carga a los más viejos y los reemplaza con recién nacidos.
A esos genes egoístas responden esas chicas en bikini que continúan aglomerándose como si nada en las playas de EE.UU. No son ellas por ahora sino la legendaria revista impresa Playboy, que nació hace 66 años con Marilyn Monroe en la portada, la que desaparece esta semana por la crisis económica causada por el virus.

Solo la risa nos vuelve invulnerables, ese humor negro que inunda la red y es capaz de condensar en una línea un drama universal: “¡La cagada que dejaron! ¡Qué les costaba hervir un poco más el murciélago!”.