El narcotráfico no es un tema de seguridad sino de economía global. De oferta y demanda. Se trata del crimen transnacional que más dinero mueve en el mundo, según el último informe de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito.
Son USD 350 mil millones anuales de los cuales el 44% se queda en Estados Unidos y 33% en Europa. Se estima que si esos recursos dejaran de fluir se produciría la bancarrota de la economía global.
¿Quiénes son los ganadores de este jugoso negocio? Algunos grandes bancos y financieras, los cabecillas de los carteles, especialmente mexicanos, colombianos y rusos, las fuerzas de seguridad, que cooperan con los mafiosos; los políticos, los jueces y claro los testaferros; celadores de fortunas sucias.
En la base de la pirámide están los más pobres, los grandes perdedores. Los que a diario se exponen a la muerte o a la cárcel. Son campesinos humildes que siembran y fabrican la droga y las mulas, mujeres pobres que la trasladan. Otros eslabones de esta cadena son los sicarios y los mandos medios del crimen organizado, los que siembran el miedo, ajustician y amenazan.
Los datos sobre producción, el tráfico y el consumo de drogas apuntan a una expansión global del mercado de cocaína. En el 2015 se fabricaron 1 175 toneladas de clorhidrato de cocaína. EE.UU. y Europa también son los principales consumidores. Todo este panorama fortaleció a los carteles, que han dejado una estela de muerte y crímenes brutales. La mejor muestra de cuán lejos pueden llegar es México, hoy catalogado como un narco-estado.
Colombia aún es el principal productor de cocaína, que en su mayor parte sale hacia el exterior por sus países vecinos: sobre todo por Ecuador. En ese contexto, San Lorenzo es un punto caliente y sensible, permeado por el narcotráfico hace muchos años. El atentado al comando de Policía evidencia la escalada de ese fenómeno y lo desprevenidos que estamos para enfrentarlo en toda su complejidad.