Hannah Arendt, que sabía de lo que hablaba, escribió sobre “hombres en tiempos de oscuridad”. Se refería a personas que dieron la talla en medio de la barbarie nazi y que, a pesar de la dureza de la vida, supieron confiar en las posibilidades del ser humano. Cuando uno confía, es capaz de pactar a pesar de las diferencias. Un proyecto de país supone reconocernos plurales, pero juntos. Por supuesto que están la ley y el derecho, aunque lamentablemente, la experiencia popular deje en evidencia que, hecha la ley, hecha la trampa. Una de las cosas más odiosas en este pícaro mundo en el que vivimos es, precisamente, el privilegio legal de aquellos que compran (y si alguien compra es porque siempre hay alguien que vende) la justicia. Que haya justicia es lo que nos hace civiles y civilizados.
Sobre estas bases tendríamos que plantearnos el futuro de nuestro país que, una vez más, se verá sometido el próximo año a un proceso electoral complejo y desgastante. No se trata simplemente de elegir al nuevo Presidente y a la Asamblea Nacional, sino de saber qué sociedad queremos (se puede decir de muchas maneras: qué país, qué futuro, qué proyecto,…), capaz de integrar los mil rostros de este bendito Ecuador multiétnico y pluricultural.
La verdad es que las campañas electorales suelen ser bastante cansonas. La que se avecina será además un tanto enredada, dados los movimientos del tablero político (¡qué capacidad, Señor, de cambiarse de camiseta!), pero creo que, más allá de la aritmética electoral, hay que dialogar, repartir de nuevo las cartas y construir los pactos.
En Ecuador tenemos un problema (varios problemas) de cultura política. Nuestros pactos son siempre coyunturales, de quita y pon, en función de los intereses de troncha, de grupo o de poder. Sobran políticos y faltan estadistas (sobre el tema de los estadistas quisiera escribir el próximo domingo), gente que lleve el Estado en la cabeza y el país en el corazón. Muchas de las cosas que nos pasan tienen que ver con esta ignorancia del pacto de Estado, del pacto social, del pacto ético. Si no logramos pactar, volveremos a los tiempos broncos del quítate tú para ponerme yo.
Personalmente, me tocó vivir la Transición española, una de las aventuras políticas más apasionantes que afectó de lleno a mi generación, tras el franquismo recio, oscuro y prepotente. Bien le vendría a España en estos momentos recordar aquella aventura. La Transición no fue un acuerdo vergonzante entre fascistas y demócratas. Fue un horizonte de esperanza que nos introdujo en la Europa del pacto.
Hay que tender puentes, construir pactos y tejer una cultura política que, de una vez por todas, nos haga ciudadanos, demócratas, éticos, cultos, ecológicos, capaces de construir un país justo, desarrollado y, sobre todo, equitativo. Ese es nuestro horizonte de esperanza.