Los acontecimientos post insurrección de octubre hablan del establecimiento de una suerte de Guerra Fría criolla. No tenemos movilización callejera ni bombas ni barricadas, pero sigue la violencia bajo la forma de agresión verbal, provocaciones y descalificación.
Los grandes protagonistas son los halcones de lado y lado, que no salieron ni los sacaron de escena, sino que, han fortalecido su presencia y estilo, pensando erróneamente que su actitud beligerante les da más cartel para presentarse con mejor currículo para las elecciones del 2021. Sin duda estos halcones se creen presidenciables, o futuros asambleístas.
Pero no solo los grandes halcones avivan hogueras en la guerra, sino también muchos halconcitos, que tuvieron algún protagonismo en los incendiarios días de octubre. La violencia, en estas semanas ha pasado de la calle a las redes, a la prensa, a los micrófonos y sobre todo al twitter, campo de batalla infernal, tóxico, en el que líderes connotados, hasta cualquier anónimo lanzan misiles.
Los soldados de esta cruzada, y algunos mercenarios, sin pelos en la lengua o en la pluma, apuestan por crear más confusión e incertidumbre a un país que está al borde del abismo. Todos, de derechas o izquierdas, blancos, mestizos, afros o indios, hacen gala de esa máxima: “agudizar las contradicciones”.
¿Estamos frente a un país pegado con saliva, donde nadie cree en nadie, donde todos nos odiamos, donde las palabras diálogo, acuerdo, se han devaluado por mucho manoseo y falta de resultados?
¿A alguien le conviene una situación tan caótica? Sí, probablemente a los que piensan que con esto gestarán condiciones para que la sociedad demande “orden”, “autoridad”, y así eventualmente legitimar un régimen de “fuerza”, autoritario, para el 2021. Por esto, sin ninguna vergüenza, escala sin control ni autocrítica, la palabra mercenaria, que hace apología del racismo y aporofobia, de fomento del odio y menosprecio al indio y al pobre: ”Indio encontrado, indio preso”.
¿Qué nos une como país en esta coyuntura? Difícil respuesta. No tenemos consensuados objetivos nacionales comunes ni disponemos de poderosos aspectos culturales de identidad nacional. La sociedad está más dispersa y fracturada que nunca. Y el Estado Nacional hace crisis, frente a un Estado Plurinacional que, aprobado en la Constitución, no tiene claridad conceptual ni viabilidad operativa en el territorio, lo que repercute en el desprestigio de los dirigentes indígenas por acciones desatinadas y mal vistas por un país que no sabe ni entiende la plurinacionalidad, tema intocado e incomprendido hasta ahora.
Tal vez nos una la incertidumbre, la cómplice certeza de comprar tiempo, de patear los problemas hacia delante, de creer ingenuamente que la solución estará en el relevo político del 2021. Mientras con harta irresponsabilidad seguimos atizando la guerra fría.