Estoy tratando de imaginar cómo serán los 16 minutos del debate de esta noche en los cuales los candidatos presidenciales podrán hacerse preguntas entre sí. Los especialistas en “media training” de cada bando seguramente los considerarán decisivos para hacer que la balanza se incline y el debate pese en la decisión del 11 de abril.
Me temo que ese espacio será visto como la ocasión de sacarse los cueros al sol, con una alta dosis de espectacularidad. No será, desde luego, el único momento en que se presente esa oportunidad, pero ojalá esta noche podamos escuchar propuestas concretas para solucionar los enormes problemas del país.
El debate, sin duda, será importante para conocer las propuestas de personajes situados en extremos opuestos, para reactivar la economía y pagar las deudas. El resto, sobre todo la inversión social y la seguridad ciudadana, dependen de una economía que funcione. Se puede repartir e invertir solo si las finanzas públicas están saneadas y la producción pública y privada están en marcha.
Se supone que el debate es importante porque -verdad de Perogrullo- puede incidir en la decisión ciudadana para definir quién se pondrá al frente del país después de la era morenista. Y ahí es cuando resulta inevitable preguntarse por qué el voto y su emisor -el votante- solo son importantes en época de elecciones. Y no para uno u otro candidato en especial, sino para la sociedad toda.
Sorprende que gente informada se duela de que amplios grupos de ciudadanos voten “mal”, es decir voten por el populista, por quien hace promesas aunque las sepa imposibles de cumplir.¿Pero qué es votar “bien”? Esperar que alguien vote por el estado de cosas, sobre todo en momentos de crisis que siempre suelen golpear a la mayoría, es esperar soluciones milagrosas, es pensar de modo idéntico a aquellos que votan “mal”.
No podemos esperar comportamientos políticamente sensatos cuando la misma política ha perdido sensatez y pertinencia, cuando hay una tradición populista con raíces profundas -el desengaño tiene historia larga- que hoy se riegan también con la manipulación de las emociones a través de la tecnología. Y es más contradictorio aún que ciudadanos que reclaman democracia y civilidad fantaseen con salidas como la participación militar.
La política en el Ecuador, lo mismo que en todo el mundo, se está redefiniendo. Hay nuevas formas de representación que no necesariamente pasan por los partidos y los movimientos políticos. Lo malo es que hasta ahora estos tengan el monopolio de la representación democrática, y se activen especialmente alrededor de la captación del voto.
Emergen otras sensibilidades, pero, hoy por hoy, tenemos lo que tenemos. En esos términos, en el debate de esta noche no necesariamente ganará el más propositivo sino el más recursivo. Ganará el “mejor”.