Las imágenes de españoles ocupando nuevamente las vías para simplemente pasear o hacer deporte, algunos con mascarillas y otros no, devuelve la esperanza de que es posible recuperar la normalidad, sobre todo cuando se toma en cuenta que ese fue uno de los países más golpeados por el covid-19 y su estela de muerte.
Pensándolo bien, poco tenemos que envidiar los ecuatorianos, pues muchos se han paseado cuanto han querido, ya sea por pasarse de vivos o por pura necesidad. Y ya habríamos entrado desde mañana a una actividad más vigorosa, si los municipios hubiesen aceptado sin reparos la delegación para pasar del aislamiento al distanciamiento social.
Por ahora, el Gobierno ha añadido el servicio de reparación a domicilio a la entrega de alimentos y de mercaderías compradas en línea, aparte del trabajo presencial en las actividades estratégicas. Pero buena parte de cabildos ha decidido empezar con el semáforo en rojo, básicamente porque no tenemos la claridad que existe en países como España, sobre un asunto vital: las cifras sanitarias.
Si damos crédito a entidades mundiales prestigiosas, Ecuador tiene el nivel de mortalidad más alto en la región por cada millón de habitantes a causa de covid-19. Aparte, en los reportes -que ya han cambiado dos veces- aparece un número superior de muertes probablemente relacionadas con el virus, esto sin olvidarnos de los decesos llamados ‘irregulares’, por estar muy por encima de las estadísticas, en Guayas, Santa Elena, Los Ríos…
Entre paréntesis, y frente al vacío de explicaciones serias y desinteresadas sobre el manejo de los decesos en Guayaquil, es penoso, y hasta se pudiera decir que enternecedor, que se trate de convertir en asunto de Estado la prepotencia del periodista Fernando del Rincón al exigir a un funcionario gubernamental explicaciones sobre el tema. ¡Qué fácil es distraernos y buscar un enemigo externo!
También hay un vacío cuando se inquiere sobre la oferta de hacer un millón de pruebas hasta junio, pues iniciamos mayo solo con unas 74 000, de las cuales más de 16 000 aún no tienen resultados. Y no se ha cumplido la ya lejana promesa de que ‘en los próximos días’ se incorporarían a los mapas de calor, los datos georreferenciados sobre contagiados.
Unos municipios recelosos han ido por el regateo y el Gobierno ha ganado tiempo para tratar de poner la casa en orden. Ojalá lo logre porque el país necesita producir, pero necesita hacerlo con la seguridad de que el remedio no resultará peor que la enfermedad. Debe haber algo de certeza para que la urgencia de la economía no se vuelva un salto al vacío.
Y no solo el Gobierno y el municipio tienen que hacer bien su tarea. A las empresas y a las personas esta crisis ya nos está costando no solo por falta de ingresos sino porque se convertirá en aportes, y en eso sí tenemos mucho, mucho que envidiar a los españoles.