El entarimado es endeble y la ciudadanía está frustrada y pendiente de cómo será la vida en los próximos días. Mientras tanto, el presidente Lenín Moreno y quienes quieren sucederlo se mueven entre una bruma en la cual es difícil marcar puntos para las elecciones del 2021. Por ejemplo, el coletazo de la posible corrupción en el Municipio de Quito alteró la tan cuidada imagen del Alcalde y su estrategia política.
Por todas partes saltan las denuncias de corrupción en plena crisis económica y sanitaria, y en las redes sociales y en los círculos de poder la pelea consiste en establecer los hechos como una continuidad del correísmo. ¿En serio? La línea es más bien el abuso del poder frente a un sistema judicial vulnerable y ante la tolerancia social, una y otra vez.
La Asamblea se ha vuelto una bodega de iniciativas contra la corrupción enviadas desde varias instituciones, y acaba de llegar otra del Ejecutivo para tipificar un nuevo delito. Pero si bien es necesario tener leyes efectivas, la solución no solamente depende de sanciones que a veces rayan en el populismo penal, sino en cómo se ejerce el poder y cómo vemos, como sociedad, a la corrupción.
Hasta podríamos decir que algo de bueno hay en medio de esta podredumbre, que incluye la coincidencia de que un caso de lavado de activos en Manabí se haya denunciado mientras se aprobaban las leyes urgentes hace dos semanas. El covid-19 estaría creando anticuerpos para no sentir respeto por quienes han perdido su economía y hasta su vida.
Hay que reconocer, también, que mientras muchos se han puesto a reflexionar sobre la fragilidad misma de la vida y del planeta y tratan de ser mejores seres humanos, el virus ha aumentado el optimismo de quienes se creen inmortales y calculan que la nueva normalidad los espera con los brazos abiertos para viajar, gastar y buscar más socios y negocios.
Las historias de los alelados por el dinero casi siempre acaban mal para ellos o para sus descendientes, pero no está bien dejar todo en manos de la justicia poética o divina. Mientras no haya justicia no habrá democracia y, sobre todo, no habrá confianza. Incluso los que se consideran pequeños abusos de poder minan la credibilidad de los gobernantes.
Vamos pronto a ponernos en mayor contacto con el nuevo coronavirus sobre el que se dicen tantas cosas contradictorias y, desde luego, estaremos en riesgo. Hay gente honesta que necesita producir, seguir enfrentando su responsabilidad como empresario o trabajador o desde cualquier trinchera, pero hay que avanzar para combatir ese virus más viejo y letal que el covid-19.
Si no vamos a ser mejores personas, por lo menos no sigamos haciéndonos los ciegos. La corrupción no solo es cosa de los otros ni de los políticos, está arraigada en nuestra permisividad y también en los actos que aceptamos día tras día. ¿Caiga quien caiga?