Solo las elucubraciones propias de mentes enajenadas pueden intentar encontrar justificaciones o explicaciones que morigeren la vileza de los atentados y matanzas que han ejecutado en las últimas semanas fanáticos, que realizan las mismas lecturas de los libros religiosos como las que hacían sus antepasados hace más de una docena de siglos. La guerra de religiones ha sido siempre un azote en la humanidad. Ventajosamente el mundo occidental, aparentemente, escapó hace poco, en plazos históricos, de visiones absolutistas que a la vista de las concepciones actuales lucen igual de bárbaras que las que practicaron otras culturas. Se produjeron cuestionamientos, el quehacer filosófico coadyuvó al desarrollo de las doctrinas hasta llegar a la aceptación bastante extendida, que no es aceptable intentar imponer ninguna fe a sangre y fuego. Todo ello fue parte de un proceso que ha demorado centurias. Lastimosamente algunos miembros de pueblos y tribus aún han permanecido inmóviles en sus creencias hasta transformarse en fanáticos asediados por el odio, convencidos de ser los legítimos herederos de teorías que estuvieron en auge en el Medioevo pero que, llevadas a la práctica en la actualidad, no son sino acciones criminales, que merecen la condena de todo aquel que diga apreciar la vida humana.
En toda esta vorágine sangrienta los que más llevan las de perder son los miembros de esos pueblos no contaminados por estas lecturas interesadas que, habiendo emigrado de sus países de origen a ciudades americanas o europeas, por su sola pertenencia a esos grupos humanos sufren el desprecio y la discriminación de buena parte de los habitantes de los lugares que han elegido para radicarse, que los miran con desconfianza haciendo que su integración a sus nuevas vidas esté plagada de conflictos y enfrentamientos, que gran parte de las veces genera más resentimientos e inocula aún más el germen de la violencia.
La tolerancia se va convirtiendo en palabras huecas, inmensos conglomerados que tienen por común idioma, raza y religión van conformando guetos aislados que constituyen verdaderas superposiciones de diversas culturas allá en las metrópolis que los alojan, en donde las condiciones en que viven van alimentando el rechazo a la sociedad que les ha acogido; y, como ha sucedido en la práctica, no es difícil encontrar jóvenes que puedan ser reclutados para convertirlos en verdaderas amenazas.
El espiral pernicioso no tiene fin. A más violencia mayor rechazo, más resistencia a brindar ayuda y mayor efervescencia de ánimos xenofóbicos. Todo esto redunda en mayor exclusión, falta de integración, aislamiento y proliferación de ánimos revanchistas. Los perdedores se suman de lado y lado, los que buscan la conciliación son vistos con recelo, es la concreción perfecta de los absurdos llevados al límite, con lo que la convivencia se torna irrespirable. ¿Cuánta sangre adicional correrá antes que retorne la cordura? En occidente tardó siglos enteros.