La Presidenta de Chile era querida, admirada y la gran mayoría confiaba en ella. No era para menos, la veían como una madre cariñosa y afable. Ahora, apenas un año después de ejercer el cargo, ya no creen en ella y su talante indeciso intoxica la institucionalidad del país.
Hay crisis en Chile, pero vale aclarar que a un nivel que no admite comparación con ciertos vecinos. En el país sureño hay la certeza de que jueces y fiscales son independientes, que el Legislativo es un poder aparte y que el período presidencial termina en cuatro años. Además, a nadie se le ocurre salirse de la disciplina fiscal, dilapidar recursos para contentar al respetable o romper la línea de apertura económica y de libertades.
Michelle Bachelet fue elegida a fines de 2013 por abrumadora mayoría para ejercer por segunda vez la Presidencia, que ya comandó entre y 2006 y 2010. En ese momento pocos repararon en el escaso liderazgo que mostró en la primera gestión y en su marcada impronta de indecisa y poco frontal. Primó el cariño por alguien a quien los electores veían como una madre o tía bonachona.
Al empezar su segundo mandato se propuso cumplir una agenda refundadora dirigida a garantizar educación gratuita, subir impuestos y cambiar la Constitución. A presión, en medio de serios cuestionamientos y con un discurso agresivo y de tinte populista de algunos de sus colaboradores -algo poco habitual en el país- avanzó con su programa. Pero a la gente no le gustó. Pronto las encuestas mostraron que el respaldo a la Presidenta se desplomaba.
Luego vinieron desgracias naturales mal enfrentadas y la revelación de que ricos y prestigiosos empresarios había engañado al Fisco y financiado irregularmente a políticos de todos los signos. La cereza fue la revelación de los turbios negocios de una empresa comandada por la nuera de Bachelet y en la cual su hijo tenía arte y parte. A nada de eso respondió la Presidenta con prontitud ni liderazgo.
“El error del Gobierno fue creer que popularidad y liderazgo eran lo mismo. No lo son y la Presidenta es la prueba de ello”, escribió el analista chileno Juan Brito.
El arco oficialista y el opositor buscan enmendar la marcha, recurriendo a la sensatez con la que dialogaron en años pasados. Además, piden en coro a la Presidenta que reaccione, modifique parte de su agenda, dé la cara y tome el comando de la situación. Pero Bachelet es Bachelet, su carácter y estilo son poco ejecutivos, así que hasta podría agravarse la crisis y su popularidad caer a lo mínimo.
La buena noticia es que en medio del vendaval se sostiene una institucionalidad que asegura que el país siga adelante con reglas y certezas. En cuatro años más vendrá otro mandatario. Ojalá pudiera decirse lo mismo sobre otras latitudes donde prima el populismo, las instituciones son papel mojado y los líderes quieren perpetuarse.
Diego Cevallos Rojas / Columnista invitado