No es complejo comprender que la crisis sanitaria del covid-19 ha hecho que los estados adquieran un rol protagónico en esta y que asuman a su vez gastos nada despreciables para administrarla y mitigarla. El trance de la crisis sanitaria claramente tiene un impacto de índole fiscal para cualquier gobierno.
Asumamos por simple conveniencia, que antes de la pandemia existía un presupuesto balanceado en el Gobierno y que afrontar los gastos de la pandemia representa una cuenta por pagar para el Estado ecuatoriano, muy pero muy alta, que desequilibra significativamente el presupuesto inicial. Ahora el Gobierno deberá buscar cómo financiar este déficit en el menor tiempo posible.
Generalmente las herramientas para atender este tipo de necesidades son dos: Impuestos y/o Deuda. Sin embargo, en el largo plazo todo equivale a impuestos, ya que la deuda de hoy se traduce en algún punto del tiempo en impuestos para las generaciones futuras. Entonces, lo que hoy suena como una alternativa distinta a los impuestos, deuda, sigue siendo lo mismo solo que con la diferencia de que la deuda representa impuestos para nuestros hijos y no para nosotros. Así, la única herramienta para atender estas necesidades de ingresos para cubrir los gastos de la crisis sanitaria serían los impuestos.
Dicho esto, es importante reconocer que los esquemas tributarios existentes en la gran mayoría de las naciones son la resultante de una construcción político-social. Esto es, la sociedad en su conjunto opta por la mezcla de impuestos, tarifas y contribuyentes sobre los cuales aplicar el correspondiente régimen tributario; es decir, este proceso determina quien paga las cuentas. En el Ecuador 2020, esto no es trivial. Sabemos que previamente a la pandemia existía ya un hueco fiscal importante y que mientras más tiempo transcurre sin cubrir este déficit adicional que la crisis sanitaria generó en las finanzas del país, el riesgo de perder el dólar como moneda de curso nacional aumenta.
Muchos dirán que el Gobierno debería reducir primero su gasto. De acuerdo. Pero en el fondo, ¿No será que como sociedad estamos esperando que todo este gasto de la pandemia sea financiado pura y enteramente con reducción de gasto público? Si es así, creería que estamos muy confundidos. Hay que admitir que al menos una parte de la cuenta de esta pandemia debemos asumirla como sociedad. Y es precisamente en este punto, cuando corresponde voltearnos, mirarnos y, simplemente como ecuatorianos, preguntarnos: ¿Quién paga la cuenta? … ¿Los de hoy y/o los del mañana? ¿Los pobres, los de la clase media y/o los adinerados? ¿Los empleados o los empleadores?…
¡Que el tiempo no pase! ¡Que el tiempo no se agote!
Sería muy penoso levantarnos un día y darnos cuenta de que como sociedad se cargó una vez más la cuenta a las mismas mesas de aquellos que menos tienen.