Ecuador atraviesa probablemente la más grave crisis de su historia.
Un Gobierno, con poca credibilidad por su escasísimo respaldo popular y su cada vez menor apoyo político, que no ha hecho los esfuerzos suficientes por cumplir las necesidades más apremiantes de los sectores sociales más vulnerables a los que dijo que se debía, poco podrá hacer en menos de un año que le resta.
La pandemia del covid -19 ha agravado trágica y dramáticamente la situación afectando la salud y la vida de los ecuatorianos. La gestión de la pandemia ha sido poco eficiente dada la precaria situación del sistema de salud y, hay que reconocerlo, del desconocimiento del enemigo.
La economía parecería estar prácticamente estancada luego cerca de 80 días de parálisis del aparato productivo. Las pérdidas se calculan en miles de millones de dólares. El desempleo se ha disparado a cifras inimaginables hace solo unos meses. La pauperización de los segmentos sociales más desfavorecidos se acrecienta, el pueblo se enerva y la criminalidad aumenta. El hambre, como nunca en nuestro país, está al acecho.
Los movimientos sociales desatendidos y el diálogo con el Gobierno roto para buscar salidas conjuntas. Se anuncian movilizaciones populares de reclamo y el Gobierno se prepara para reprimirlas. Así hace prever el acuerdo del Ministerio de Defensa No. 179 de la semana pasada. Hago votos por que esto no suceda y se busquen caminos de aproximación pacífica.
Y hay tres delicadísimos ingredientes adicionales: la corrupción, la desinstitucionalización y el regionalismo. La primera es profunda, generalizada y viene de años atrás; nadie se escapa, el gobierno, el IESS, los GADs los empresarios. Los montos son demenciales para una economía como la nuestra y que, además, tiene una institucionalidad tan frágil. El Gobierno ofreció combatirla y no hay resultados. La justicia es incompetente y lenta o no se da abasto. La Asamblea Legislativa, siempre con excepciones, desprestigiada e incapaz, sin iniciativas y plagada también de corrupción.
Por último, se ha agudizado el tan dañino regionalismo que culpa al “centralismo” de todos los males. En Guayaquil se habla ya de federalismo. Es un tema serio que no hay que tener temor en discutirlo. Recuérdese, en todo caso, que Correa, responsable de buena parte de lo que vivimos hoy, no le interesó dar ese paso, y que, por el contrario, acentuó el presidencialismo en Montecristi.
¿Qué camino tomar en esta encrucijada? Se proclama la necesidad de unidad desde diversos sectores sociales, gremios, personalidades, todos responsables y de buena fe frente al descalabro, pero al final la responsabilidad recae en el Ejecutivo para juntar esas voluntades y decidir hacia dónde ir. Grave e histórica encrucijada que me temo este Gobierno por sí solo no está en capacidad de resolver.