España vive tiempos de revolución. La crisis se ha cargado más de un millón de personas que han debido exiliarse en países que les ofrecen oportunidades para trabajar. Hacia esos destinos (Alemania, Francia, Inglaterra y Ecuador, entre otros) van principalmente técnicos y profesionales jóvenes que, a pesar de los títulos, en su país no consiguen trabajo. Los que se quedan son parte de la escalofriante cifra de cinco millones de parados, esto es, un poco más del diez por ciento de la población.
Los casos de corrupción protagonizados por políticos de los partidos hegemónicos, el PP y el PSOE, de empresarios privados involucrados en lo público y de miembros de la realeza, son parte de la dieta diaria que ofrece la prensa a los españoles. La banca, por su parte, continúa los delirantes procesos de desahucio, embargo y remate de viviendas de personas a las que aniquiló la renombrada burbuja inmobiliaria.
En este contexto, un joven madrileño de treinta y seis años, profesor universitario, diputado del Parlamento europeo por España, alineado con la izquierda política y los movimientos ciudadanos, ha entrado en el escenario pateando el tablero en el momento justo, con el discurso exacto y ante los adversarios precisos.
La semana pasada las encuestas le daban a Podemos la ventaja en intención de voto con un 17,6 por ciento, por sobre el 14,3 del PSOE y un 11,7 del PP. En los próximos días la organización se constituirá como partido político. Las propuestas de su programa electoral, todavía no plasmadas de modo oficial, son por ejemplo: determinar qué parte de la deuda externa es ilegítima y suspender el pago de la misma; incrementar las penas al fraude y al uso de paraísos fiscales; el acceso de todos los ciudadanos, por el solo hecho de serlo, a una renta fiscal mínima que garantice su supervivencia por encima del umbral de la pobreza; someter todas las decisiones estructurales del Estado a referéndum; democratizar las instituciones financieras, incrementar los impuestos a las sociedades, etcétera.
Sin embargo, al margen de las propuestas descritas, lo que inclina realmente la aguja a favor de Podemos y en contra de los partidos tradicionales es el discurso oportuno de barricada y la arenga populista de tarima, que han calado profundamente en los españoles, y de forma especial en su juventud. Y es precisamente esa juventud la que traslada las proclamas de Podemos hacia la calle, y las divulga en la universidad, en el cafetín, en el bar, en la tertulia, y se contagia entonces el hartazgo de la gente, su empacho de politiquería barata y su rebeldía contra el saqueo impune. Y la gente común, harta de tanta porquería, saturada de mañosos y caraduras, repite por ahí cosas como: “que se vayan todos a su casa”, “borremos a los partidos políticos”, “el pueblo contra las castas”, “refundemos España”… Y es que en ese contexto, con tales adversarios y en tal situación de crisis, el fenómeno Podemos tiene la cena servida.
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