A raíz del asesinato de los cinco caricaturistas franceses cometido por los dos fundamentalistas de Al Qaeda, el mundo occidental ha rechazado con vehemencia este tipo de ataques aleves y en aras de reivindicar la libertad de expresión, se ha unido alrededor de la consigna ‘Je suis Charlie’.
El asesinato contra los periodistas del semanario Charlie Hebdo es repudiable no solo por la barbarie con que se ejecutó, sino porque tras el crimen contra los periodistas está en peligro la libertad de prensa, un derecho ganado desde la revolución francesa.
Mientras en Occidente todos nos uníamos alrededor de Charlie, en el mundo árabe había un repudio generalizado por la nueva portada de Charlie Hebdo (con un tiraje excepcional de siete millones de ejemplares), contra la figura de su líder espiritual, Mahoma. El problema no solo es estar del lado de Charlie. El problema que plantea la acción terrorista contra el semanario francés es más profunda y tiene que ver con la guerra histórica que siempre ha existido entre Oriente y Occidente. Con un agravante: hoy, los terroristas de Al Qaeda y el Estado Islámico no son solo los jóvenes nacidos en el mundo árabe, sino que son jóvenes franceses, ingleses o alemanes, de segunda generación de inmigrantes.
El enemigo de Europa hoy está en casa; por esta razón, el yihadismo (que no son todos los árabes, ni todos los islamistas) se convierte en una amenaza real para el Viejo Continente. Con otro agravante: Europa está pasando por una crisis económica y social sin precedentes. En el 2013, un grupo de intelectuales europeos, en el que se encontraban Umberto Eco, Claudio Magris y Bernard-Henry Levy, entre otros, iban más allá al afirmar que “Europa no estaba en crisis, sino que estaba muriendo”.Cuando los intelectuales hablaban de la muerte de Europa lo decían en el sentido de que el proyecto cultural de una civilización que se forjó en los principios del progreso y las libertades estaba opacándose. Esta premonición, que también la firmaron Julia Kristeva, Fernando Savater y Salman Rushdie (perseguido por las hordas fundamentalistas), infortunadamente se está cumpliendo frente al tema de la inmigración y de los hijos de árabes nacidos en tierra europea.
En aquella carta, los intelectuales sospechaban que el mito del progreso europeo nunca fue igual para todos; y la “libertad, igualdad y fraternidad” fue realmente escasa para los inmigrantes del Magreb y de la costa occidental de África, que decidieron viajar por un sueño al país que los colonizó.
Es cierto que todos debemos estar con Charlie y por la defensa de la libertad de expresión, pero, así mismo, Francia y Europa, además de afinar su inteligencia contra Al Qaeda y el Estado Islámico, deberán replantear su política de inclusión con los inmigrantes y los hijos de árabes nacidos en el país. De lo contrario, el racismo y la xenofobia, que hoy enarbola la extrema derecha de Jean-Marie Le Pen y su hija Marine, volverán a hacer caldo de cultivo como lo fueron contra judíos y gitanos con Hitler.