“Con esto cumplirás con tu cristiana condición: aconsejando bien a quien mal te quiere”, decía Don Quijote en su infinita sabiduría. Y no le faltaba razón en medio de su aparente locura.
No es poca la gente herida incapaz de perdonar. Algunos, a pesar de tener el músculo moral atrofiado, piden un poco de luz y de fortaleza. Víctima y verdugo, cada uno por su lado, sufren al mismo tiempo, encerrados en un círculo insalubre. Recientemente aconsejé a una mujer, acostumbrada a sembrar y cosechar espinas. Me confesaba con enorme desazón cuánto le costaba perdonar y cuanto lo necesitaba, anclada como estaba en la memoria de los muchos agravios sufridos.
Me acordé de las palabras del Quijote y le recordé hasta qué punto la dureza del corazón puede ensombrecer la vida. Lo cierto es que el odio puede atarnos más que el amor. Me dijo que su enemigo, el que clavó un acero en su alma, duerme con ella y con ella se levanta cada mañana. Vive presa de su nombre y de su presencia. Necesita perdonarlo para vivir en paz, para ser ella misma, pero no puede y el dolor atraviesa y domina los bajos fondos de su corazón.
Yo, por mi parte, andaba esos días releyendo “El oficia de vivir”, de Cesare Pavese, le recordé sus sabias palabras: “Llega un día en que hacia aquel que nos ha perseguido sólo sentimos indiferencia, fatiga de su estupidez. Entonces perdonamos”. Le aconsejé que se entretuviera un tiempo en el saludable oficio de perdonar para poder vivir en paz y atravesar el temporal de la vida, tratando de superar el naufragio de un matrimonio secuestrado por el orgullo.
Muchos de nuestros fracasos nacen de esta incapacidad para el perdón. El que no perdona destruye el puente por el que él mismo, algún día quizá no muy lejano, ha de pasar. Los que van de víctimas también necesitan ser perdonados.
MI amiga suspiró profundamente y empezó a respirar de otra manera. No sé si habrá comenzado la tarea o si habrá tropezado, una vez más, en las mismas piedras. Sé que no es fácil reconciliarse, sobre todo con la persona a la que un día tanto se amó. A nadie se le escapa la grandeza y la dificultad del perdón. Pero, a pesar de ser difícil, siento que perdonar nos hace grandes y regenera nuestra condición humana.
Mi tía Tálida, experta en rencores y en perdones, se pasó la vida amnistiando a sus enemigos. Solía decir que, para sentirse bien, no había nada mejor en la vida que ser magnánima. El Quijote, junto con los devocionarios, era su libro de cabecera. De la mano de Tálida aprendí a aficionarme y a leerlo. Echen mano del Quijote. En él se encuentra acumulada la sabiduría de todo un pueblo, de una humana condición que no renuncia a ser ella misma, a pesar de las batallas perdidas y de los sueños frustrados. Recuerden: “Aconseja bien a quien mal te quiere”. Es un buen paso que te permitirá recuperar los amores difuminados e, incluso, perdidos.