En Ecuador se sembró la semilla del encono. Pero no hay que permitir que esta crezca. Por venganza, unos, y por fe ciega, otros, el germen de la violencia está instalado y el país está lejos aún de enrumbarse hacia la democracia, que implica, entre otras cosas, saber discrepar, discutir con argumentos y respetar el criterio del otro.
Las rencillas en la Asamblea son de vergüenza, dignas de las peores páginas de la historia a la que tanto se referían quienes se decían “revolucionarios” como “larga noche neoliberal” cuando los diputados se lanzaban toda clase de improperios además de ceniceros y trompadas. Igual.
Las broncas callejeras tampoco le hacen bien ni a la democracia ni a las buenas causas: solo más encono hasta que todo se infecte y salga pus. Y otras broncas, aquellas por trinos y demás redes sociales, son más de lo mismo: frases que salen de las tripas y de ahí no ha de salir nunca nada bueno, salvo amenazas, gritos, insultos, improperios.
De esa manera no se construye el país ni se hace una sana oposición ni se enfrentan los fantasmas del pasado o del presente. Al contrario, estos toman fuerza y se llenan de argumentos para deslegitimar las demandas de quienes han visto vulnerados sus derechos.
Víctimas y verdugos prontamente pueden invertir sus papeles. Y eso no es saludable para un país que requiere, ya no de diálogo, sino de una construcción colectiva capaz de enfrentar sus verdaderos problemas: la crisis económica, la corrupción institucional, los problemas fronterizos y el avance de la narco-economía, la desaparición de personas, el altísimo consumo de droga, los abusos y violaciones en instituciones educativas, el femicidio que es asunto de todos los días; la contaminación ambiental; entre otros miles de problemas para los que se necesitan acciones y respuestas.
Esos temas requieren, entre otras cosas, de unas élites capaces de empujar y apostar por el país y de unos consensos mínimos en cuanto al modelo de desarrollo que se quiere construir para el futuro. También de una prensa dispuesta a investigar y no limitada a reproducir lo que dicen las instancias de poder. Lo contrario no hace sino abonar esa inquina, la sed de venganza, los argumentos de quienes hoy se sienten perseguidos, maltratados o amenazados.
Finalmente, de seguir así las cosas, ellos saldrán nuevamente victoriosos en las contiendas políticas mientras el país seguirá hundiéndose en la miseria.
Quienes mueven los hilos de la política, con esas estrategias solo lograrán un país cada vez más polarizado. Por ahora, las élites políticas parecen estar condenadas a aplicar la ley del talión, la del ojo por ojo y diente por diente. Están abonando con mala tierra para que esa semilla del odio siga creciendo en sus raíces y en sus hojas. De esa tierra no saldrán frutos buenos, a lo mucho, veneno.