La investigación de los casos de corrupción suele entrar en una etapa de aburrimiento gracias a la mala memoria de los responsables o testigos y a la indolencia de los fiscales y jueces que parecen perder interés en los casos que pueden ser peligrosos.
Nada saben y nada recuerdan ahora los que mandaban y repetían golosamente el lema de “prohibido olvidar”. La tropa de funcionarios ejecutores se esconde en la banalidad del mal. No hicieron nada más de lo que debían y nada menos, optaron por no advertir la trascendencia y las consecuencias de sus acciones y omisiones.
Espeluzna la frivolidad con la que se habla de la desaparición de un documento voluminoso que se pagó con dineros públicos y que establecía las evidencias de un crimen de Estado. El perito que lo redactó asegura que lo entregó, que desapareció, que fue cambiado por un documento falso, que no guardó copias porque una cláusula de confidencialidad se lo impedía.
¿Quién pidió esa cláusula y para qué? ¿Quién puede levantarla y cuándo? ¿Quién desapareció el original? ¿Quién redactó el informe falso?
Todas las respuestas se esconden en los rincones de la burocracia y en la banalidad de funcionarios que dieron disposiciones ambiguas y funcionarios sumisos que tal vez creyeron que se trataba de una trivialidad. A los fiscales les corresponde indagar entre los sucesivos responsables de alto nivel que pasaron dando órdenes y la exagerada nómina de funcionarios que cumplía órdenes.
Una forma de desaparecer es archivar o no darle seguimiento, como se hizo en un caso de secuestro. Aparentemente no existe un acto malvado, solo la frivolidad del funcionario que decidió restar importancia al caso; pero termina consagrando la impunidad. El alto funcionario y la corte de sumisos se escudarán en error de apreciación o confesarán su tontería como otro intento de cubrirse con la banalidad del mal.
También es tontería calificar de persecución la investigación de los delitos o negarse a esclarecer las responsabilidades. Tratando de darle una dimensión política a esta frivolidad, una ex funcionaria pide a su ex jefe que no se presente a declarar. La justicia no puede dejarse marear en un juego de espejos ni extraviarse en un laberinto de desmemorias, documentos falsos y cláusulas de confidencialidad.
Los malvados que se creen por encima de la ley y las personas en nombre de un proyecto político, de una ideología o de su vanidad, deben asumir su responsabilidad y deben ser procesados por la justicia, pero no solo ellos; también los burócratas que hicieron posible o facilitaron la tarea de los malvados.
Las dictaduras crean siempre maquinarias disciplinadas para someter primero a los administradores o ejecutores de sus designios que deciden colaborar sin considerar el resultado de sus acciones. El fanatismo, la torpeza o la frivolidad no eximen de responsabilidad en ningún caso.