El edificio de la Unasur tendrá otro destino: allí funcionará la Universidad de las Nacionalidades y Pueblos Indígenas. El presidente Moreno anunció que pedirá su devolución al organismo sudamericano, que se quedó, desde el pasado abril, sin la participación de Argentina, Brasil, Colombia, Chile, Perú y Paraguay, la mitad de los 12 países integrantes, y que se mantiene casi un año y medio sin el titular de la Secretaría General…
La sede de la Unasur es una metáfora de la revolución ciudadana, que nos remite a despilfarro, abismal distancia entre el discurso y la práctica, subordinación a intereses ideológicos de grupo, fracaso, corrupción, protección a los amigos…
El Gobierno de Correa gastó más de USD 40 millones en el edificio. Con una óptica de nuevo rico, financió la construcción sin negociar el aporte de los otros países. Un costoso regalo para un organismo internacional que no necesitaba un edificio de 19 533 metros cuadrados como el levantado en la Mitad del Mundo.
El correísmo se caracterizó por el exceso del gasto. Y no solo manejó los abundantes ingresos sin la menor previsión para la época de vacas flacas, sino contrajo una deuda desmedida; por eso dejó la economía del país en soletas.
El discurso integracionista y de la Patria Grande es muy valioso; pero la distancia entre la retórica y la práctica resulta gigantesca, como se trasluce en la experiencia de la Unasur. ¿Realizaciones? Mínimas. ¿Proclamas y discursos? Numerosos. Baste recordar que uno de los gestores fue el venezolano Hugo Chávez, caracterizado por la incontinencia verbal, mal presidencial que, corregido y aumentado, soportamos también en la década pasada los ecuatorianos.
Lo peor deformación de la Unasur fue instrumentalizar un objetivo de tanta trascendencia como la integración sudamericana en función de los intereses ideológicos del socialismo del siglo XXI, promotor de caudillos populistas que controlan todos los poderes del Estado y buscan perennizarse en el poder. Esa modalidad ha producido regímenes violadores de los derechos humanos y los mayores escándalos de corrupción.
En el caso de la Unasur, la instrumentalización se refleja en la vergonzosa iniciativa de plantar allí un monumento a Néstor Kirchner y haber bautizado la sede con el nombre del político argentino. Un recorrido por los registros de “la corrupción K” nos da una imagen del tamaño de esa vergüenza.
Si se transforma la sede de la Unasur en un centro universitario dedicado a las nacionalidades y pueblos indígenas, se deberá quitar el monumento y rebautizar el edificio. El nombre de Leonidas Proaño, el Obispo de los Indios, sería un homenaje justo a una notable personalidad ecuatoriana.