La expresión retrata bien el estado de la confianza en el país. Advierte que está a punto de desbaratarse.
La consultora Ipsos en su última encuesta revela la aceptación y rechazo a varias instancias y autoridades. Presidente, Ministra de Gobierno, Asamblea, COE Nacional, Alcaldesa de Guayaquil son desaprobados por más de la mitad de los encuestados. Son aprobados por menos del 18% y casi 30% ni siquiera se pronuncia. Los números son mejores para el Alcalde de Quito y la Fiscal es la figura que se salva… Las autoridades ya no son referente. Tal vez se espera que terminen pronto sus mandatos para virar la página.
A nivel institucional los datos son desalentadores. Hay 3 casos espinosos: 97% de los encuestados no confía en los políticos, 95% en la Asamblea Nacional, 90% en el Sistema judicial… Devastador. Han dejado de encarnar a los ciudadanos. Se representan a sí mismos y a sus resbalosas argollas.
La imagen de otras instituciones no es mejor. La encuesta muestra la desconfianza de la población -más de 50%- en los medios, los bancos, la Policía, los militares, la empresa privada y la Iglesia. Los niveles de confianza más alta lo obtienen la iglesia (49%), la empesa privada (47%), los militares (46%). Una razón más para entender la desobediencia, la falta de liderazgo, la pérdida de respeto y miedo a la autoridad.
Niveles de desconfianza tan significativos, disparan comportamientos alarmantes Uno de los caminos conduce al escepticismo que acompañado por la inacción y la automarginación (“allá que se maten”) provocan abandono del escenario político a los personajes tóxicos de la década que retornan con nuevos disfraces.
El otro camino conduce a un voluntarista e ingenuo optimismo. Una obsesión por el futuro que venden los nuevos ilusionistas de la patria. Según ellos, es momento de tragarse la historia, empezar de cero. Hay solución para todo. Cuestión de horas o de meses. Los espejismos populistas y autoritarios tienen así nuevas posibilidades.
Con la desconfianza a cuestas nos insertamos o nos insertan en la coyuntura electoral. No ha pasado nada. Los otros son los malos. Sin embargo, reconstruir confianzas es uno de los procesos sociales más complejos y largos. Un nuevo florecimiento demanda tiempo y enraizamiento en el cotidiano: hogares, escuelas, trabajos.
Los meses electorales son fecundos en engaños e ilusorias esperanzas. No queda más que declararse en resistencia. Resistencia activa para no resbalar a la indiferencia. Resistecia lúcida para rechazar el regreso de vicios y personajes que dan asco. Resistencia política para no regalar un voto y escurrirse. A la clase política, que ha traicionado tanto, no hay que regalarle cheques en blanco. Es preciso seguirla a presión, no darle respiro, exigir cuentas, descabezar mentiras. Que sepan que hay menos ciudadanos anestesiados. Que sean ellos los no puedan dormir.