Nunca antes, ni en los tiempos de las grandes guerras, el mundo se paralizó como ahora. Nunca antes vimos desiertas las calles de Roma, Madrid, París, Tokio, Quito. Nunca antes la economía sufrió un frenazo tan brusco y letal. Nunca antes se vaciaron simultáneamente, aeropuertos, avenidas y carreteras. Nunca se cerraron las fronteras como ahora. Nunca antes el mundo sufrió la clausura universal de teatros, museos, cines, iglesias, escuelas, universidades, oficinas y tiendas.
2.- La economía y los gobiernos.- Nunca antes se derrumbó el precio del crudo a los niveles de ahora, y no tienen precedente los indicadores de las bolsas de valores que se precipitan con tanta velocidad y persistencia. Nunca el silencio invadió estadios y avenidas del modo que ahora lo hizo. No habíamos escuchado el unánime clamor de los gobiernos del mundo, agitados por el mismo miedo, desconcertados, hablando de la epidemia, recomendando el encierro, citando cifras de contagiados y muertos, apostando a la conducta de la gente, inermes ante la plaga y la incapacidad. Nunca antes hubo tanta unanimidad trágica entre los noticieros, la prensa y las redes sociales.
3.- De la arrogancia al desconcierto.-La arrogancia de potencias y repúblicas de cartón se transformó súbitamente en miedo. Los gobiernos dejaron de calcular ganancias, presupuestos y barriles de petróleo, y pasaron a contabilizar muertos, hospitales que no existen, insuficiencias del Estado, improvisación de lo básico, desconciertos. Fracasos. De la literatura aquella de la democracia barata, del protagonismo de los poderes, pasamos a la humildad, al lavado de las manos, al déficit de camas para enfermos. Y vemos ahora a los caudillos rogando prudencia a la gente común, ausente el principio de autoridad al que renunciaron por cobardía y disparate. En plena fiesta de la economía global, nos topamos con la verdad y quedó en evidencia la fragilidad de un mundo virtual de imágenes y espectáculos. Se rompió la pompa de jabón, estalló en pedazos un mito.
4.- Los protagonistas, el aislamiento y los olvidados.- Entonces, se volvió protagonista el médico, la enfermera, el paciente, el policía, el trabajador de los servicios básicos. Empezamos a pisar en suelo firme y a asumir el costo de las ficciones, las negaciones y los disparates. Y se volvió común el estribillo del “aislamiento” y el “distanciamiento social”, del encierro. Y descubrimos que, enredado entre la prisa y la ambición, habíamos olvidado el sentido común, habíamos dejado de lado la prudencia. Y descubrimos que el Estado servía apenas para el ejercicio de la política, y que, entre el tráfago de elecciones, discursos, presupuestos y macroeconomía, la sociedad y el Estado habían descuidado lo esencial: el hombre común, el niño, el anciano, el desvalido.
5.- Instituciones y discursos.- Descubrimos, de pronto, que estábamos inermes; que las instituciones eran apenas una palabra, que los discursos que ofrecían la felicidad eran estafas inservibles, que no había camas suficientes en los hospitales ni equipos ni medicinas, que habíamos olvidado los riesgos, y que las epidemias no eran parte de la historia de la Edad Media, que eran una certeza y una angustia de ahora, que el progreso no había solucionado lo básico, que la ciencia era un acertijo y que aún había adivinos y alquimistas. Y que, incluso en las peores circunstancias, la verdad resultaba incómoda, que la transparencia era siempre asunto políticamente incorrecto.
6.- La necesidad de actuar en consecuencia.- Han caído muchos paradigmas. El papel del Estado está en cuestión. Las virtudes de la sociedad civil están a prueba. La economía no será la que fue hasta el 2019. Hay, entonces, que asumir la realidad y admitir que muchas normas del “antiguo régimen” deben revisarse a fondo, y muchas, archivarse; que hay que legislar con inteligencia y oportunidad, que no es asunto de ignorar la fuerza mayor extraordinaria, “pasar la página” y seguir bajo los precarios aleros de códigos perforados por la realidad. Que es el momento de imaginar soluciones, dejar de lado hipótesis e interpretaciones que envejecieron por la fuerza de los hechos, y superar precedentes de jurisprudencia que, de la noche a la mañana, se volvió obsoleta. El Derecho Político habrá que re inventar, para eso está el pensamiento crítico. Habrá que cuidar que no prosperen las tesis totalitarias que, aliadas con la tecnología que ahora nos fascina, supriman las libertades, invadan y condicionen la intimidad, nieguen los derechos y sacrifiquen los proyectos personales. De todo eso habrá que ocuparse. En semejante desafío, tienen tarea las universidades, los profesionales, los jóvenes, la gente de experiencia.
7.- ¿Quedó superada la organización del poder?.- La pandemia prolongará sus efectos, y más allá de los temas sanitarios que ahora copan nuestra atención y nos conmueven, más allá del miedo, quedará, y se irá afianzando la evidencia, de que muchas cosas quedaron inservibles, como la pesada estructura del Estado, la democracia como electoralismo al servicio de grupos de presión política, les leyes escritas para tiempos normales, las constituciones como herramientas al servicio de proyectos de caudillos, incluso las fronteras, que, al parecer, ya no serán puertas para entrar con libertad. Serán, por algún tiempo al menos, otra cosa distinta.
8.- La talla de los líderes.- Es preciso, en momentos de tanta complejidad y dolor, que los líderes, intelectuales, políticos de profesión, académicos, y todos quienes tienen algún espacio en el reparto del poder estatal y social, procuren estar a la altura de los tiempos, con la lucidez, la generosidad, la inteligencia y la capacidad de acción necesarias para asumir la realidad y obrar conforme ella demanda.