La reiterada propuesta del presidente Moreno de volver al espíritu de Montecristi que, en su versión, se extravió entre los meandros de la corrupción del correísmo y la ambición del expresidente por mantenerse de forma indefinida en el poder, me trajo a la memoria una antigua pieza de teatro, “Un espíritu burlón”, del británico Noël Coward. En ella, un novelista viudo y vuelto a casar pasa por la experiencia del espiritismo para escribir una nueva obra. Con el auxilio de una médium, es sorprendido por el retorno del espíritu de su primera esposa fallecida. Materializadas su voz y su presencia solo para él, ese regreso destruye la relación con la segunda mujer. El celoso espíritu quiere llevar a su marido a la otra vida y para ello urde un accidente de automóvil; sin embargo, no causa la muerte de él, sino la de la segunda mujer. Después los dos espíritus tornan insoportable la vida del novelista. Este se ve forzado a abandonar su casa, que termina destrozada por las dos mujeres.
¿Qué sentido tiene regresar al espíritu de Montecristi, matriz de una Constitución declarativa y labiosa y del hiperpresidencialismo, bajo cuya sombra crecieron las prácticas autoritarias y los abusos del correísmo? Invocar aquel espíritu, ¿no resulta una destructiva burla, como lo fue para el viudo el espíritu de la primera mujer difunta? Volver al espíritu de Montecristi es un regreso al pasado.
La tolerancia y el talante conciliador de Lenín Moreno son cualidades meritorias. Pero las libertades ciudadanas y el funcionamiento de la democracia no pueden depender solo de la bonhomía del presidente.
Es necesario cambiar la estructura institucional que permitió a Correa actuar como jefe de todas las funciones del Estado y sin respetar la independencia de ellas. Esa estructura recibió en Montecristi el soplo inicial de vida.
Correa vuelve in articulo mortis político para la campaña por el “No” en la consulta popular. El sino del exmandatario será cargar los calificativos con los cuales atacó a sus opositores a quienes convirtió en enemigos: el cadáver insepulto es ahora él mismo, y se muestra en estos días, cuando, sin contar con el aparato publicitario ni las facilidades que sustentaban desde el poder su caudillismo populista, se avizora su derrota en el intento de torcer la voluntad ciudadana para eliminar la reelección indefinida.
El Ecuador necesita mirar al futuro, hallar una salida para la asfixiante situación económica, castigar a los corruptos y recuperar el dinero de los fraudes contra el Estado. Pero dar un nuevo rumbo al país tras el triunfo del “Sí” el 4 de febrero solo será posible alejándose del modelo político, del engaño, y la corrupción que se empollaron en el nido de Montecristi, con el espíritu del correísmo. Si aquello no es posible, el país retornará a lo mismo.