Mi padre murió hace un mes en Cali. Había transcurrido poco más de una semana desde que iniciara la cuarentena, que cerró la posibilidad de acompañarlo en sus últimos momentos y compartir con mis hermanas el dolor de su partida. Dos de los hijos no pudimos estar con él, porque un virus nos lo había impedido. Gracias a los avances en comunicación, los cuatro hijos nos habíamos “reunido virtualmente” en una conferencia que unía dos continentes. En algo ayudó el tener la sensación de presencia en esos momentos finales en los que se esperaba el desenlace. Se produjo la muerte y el ritual funerario fue diferente, triste, más triste que lo que uno se hubiera imaginado, de lo que sería la despedida de este ser especial. Muchos de sus alumnos y buena parte de sus amigos, tampoco podrían acompañar en el sepelio, estaba prohibida la reunión de más de diez personas. Entonces así, en silencio partió sin permitir que muchos de quienes lo amábamos y admirábamos, pudiéramos experimentar el ritual de duelo y despedida.
La ceremonia del sepelio hace posible que nuestro círculo familiar y de amistades más íntimo, nos acompañe para apoyarnos en este momento de tanto dolor. Se trata de un espacio socialmente reconocido para demostrar físicamente nuestro acompañamiento y nuestra congoja mediante palabras y abrazos de consuelo. La cuarentena impuesta por el coronavirus nos ha privado incluso de la posibilidad de experimentar ese abrazo solidario. Pues ahora se impone un distanciamiento social a las pocas personas que ingresan al funeral, privando al doliente de saber que no está solo en su dolor. Los funerales ofrecen un espacio público para brindar y recibir apoyo de los seres queridos más cercanos y es un elemento fundamental en la elaboración de la pérdida.
No quiero ni siquiera imaginar cómo será para tantos compatriotas, especialmente en Guayaquil, que no han podido tener sepelios, peor aún, que les informen que su familiar ha sido ya enterrado en tal sitio, sin saber a ciencia cierta si el cuerpo que esta enterrado en ese sitio, es el del pariente fallecido; no tener certeza de si este féretro que me entregan sellado, contiene los restos de mi ser querido. No puedo imaginar siquiera, cómo será de doloroso que después de semanas de buscar entre cadáveres, no logre encontrar el cuerpo o el sitio donde fue depositado mi padre, madre, hermano o hijo.
El duelo tiene un papel muy importante en la elaboración de una pérdida. Si uno no ha podido participar de estos rituales el proceso se dificulta y se prolonga mucho en el tiempo, complicándose en muchos casos con patología emocional. La pandemia no solo produce enfermedad y muerte, produce graves secuelas en la esfera emocional y salud mental de mucha gente.