El‘boom’ de la novela latinoamericana fue un fenómeno complejo, que puede -y debe- ser analizado desde diferentes aspectos y puntos de vista. En ‘Aquellos años del boom’, libro que comenté en esta columna el 23 de septiembre de 2014, Xavi Ayén destacó la gran importancia que tuvo la labor de Carmen Balcells, como agente literaria, para su éxito y difusión. Había nacido el 9 de agosto de 1930 en Santa Fe de Segarra, Lérida, un pueblito catalán con menos de cien habitantes. En 1942, cuando tenía doce años de edad, se trasladó con su familia a Barcelona. Estudió en la Escuela de Altos Estudios Mercantiles. Comenzó su polémica carrera, por sugerencia e iniciativa del editor Joaquín Sabrià, en 1956. Murió el mes pasado.
Carmen Balcells, en las décadas de los años sesenta y setenta, desde su agencia, aglutinando a su alrededor a nuestros más destacados escritores, contribuyó a convertir a la ciudad de Barcelona en la capital mundial de la literatura latinoamericana. Mario Vargas Llosa, quizás exagerando, declaró que era “el nido de todas las conspiraciones, el refugio de los afligidos y la caja sin fondo de los insolventes. A condición de aceptar su imperio benevolente, de ser dócil y sumiso, uno era feliz. Ella pagaba las cuentas, alquilaba los pisos y resolvía los problemas de electricidad, de transporte, de teléfono, de clandestinidad, y aprobaba o fulminaba los amoríos pecaminosos, asistía a los partos, consolaba a los cónyuges e indemnizaba a las amantes”.
Las condiciones que los editores imponían a los autores eran confiscatorias. El mismo Carlos Barral, en su condición de editor, en carta dirigida a Vargas Llosa, reconocía sin rodeos que los contratos eran leoninos y que “la eternidad del derecho a republicar un libro a cambio de porcentajes pactados en la fecha de la primera edición” era “una extorsión”. Los novelistas con mayores ventas -García Márquez y Vargas Llosa- protestaban. García Márquez, por ejemplo, se quejaba: “El 10% es un robo, la participación del editor sobre traducciones es un robo, la participación del editor sobre clubes del libro y reproducciones es un robo, el control de los editores sobre las cifras reales del tiraje es un robo”.
Carmen Balcells, con tozudez y férrea voluntad, en defensa de los derechos de los autores que representaba, luchó por cambiar esas condiciones. Logró imponer límites temporales y geográficos en los contratos: cada edición debe ser negociada y el editor no es propietarios de las traducciones. Tenía un principio: “Para mí, sólo hay un rey: el autor”. “Quise -confirmaba- que se reconociera la jerarquía que debe darse en el mundo cultural: para mí, el creador ocupa la cima de una montaña de la que la industria editorial es su explotadora… Nosotros entendemos que el control de la obra por el autor, y no por los grandes conglomerados, es la única garantía de libertad, independencia y dignidad”.