La crisis nos ha partido el espinazo. Y nos ha dividido en mil fragmentos. Nadie dimensionó la magnitud de la peste y las crisis simultáneas adosadas: económica, política, ética. Nadie lo apreció y menos el Estado. Presionado por varios flancos, optó por un tratamiento de emergencia para la emergencia. Allí concentró sus baterías. Y perdió el horizonte y el liderazgo en otras esferas. Se hizo el quite.
Una situación de este calibre ameritaba liderazgos visionarios, pro actividad, procesos dinámicos. Clamaba por acuerdos amplios para afrontar como país un problema de país. Exigía romper el cerco del poder para ir al encuentro de los actores. Para dimensionar entre todos, compartir diagnósticos, diseñar alternativas, acompañar y dar seguimiento. Entre todos.
El poder no quiso mirar a su alrededor. Pero la sociedad sí. Tres iniciativas se colocaron en la escena. Una, promovida por el eterno candidato Lasso. Otra por el expresidente Hurtado. Y una tercera por la Mesa de Convergencia y sus 25 organizaciones. Las dos primeras, con aroma elitista, centradas en escenarios políticos. La tercera nutrida de sociedad civil y apuntando a un pacto de sujetos ciudadanos: organizaciones, frentes, academia.
La tregua aparece como condición imprescindible para todo acuerdo. Un paréntesis a la bronca intestina y los apetitos de argolla. No se trata de anular las particularidades y esconder los errores bajo la alfombra. Sí de frenar las imposiciones unilaterales. Sí de acercarse, como plantean los ciudadanos, bajo principios claros: ética, respeto a la diversidad, procesos democráticos, ejercicio de derechos.
Una tregua que no paralice. Que potencie el diálogo y levante puntos comunes esenciales. Varios colectivos sociales han relievado tópicos ineludibles. Anticorrupción, prioridad de salud y educación, economía campesina, trabajo e informalidad, protección y freno a la violencia, preservación del ambiente, comunicación democrática. Agenda básica, para enamorar y enriquecer.
La oportunidad para el acuerdo es vital. Lastimosamente, las condiciones favorables del pasado se han enturbiando. El escenario de hoy es más complejo: pandemia asesina, crisis económica, movilización social, ola de corrupción, afanes electorales, último año de gobierno. Voluntades y credibilidad lastimadas. Amenazan los acuerdos, pero no los extinguen. La campaña electoral, ya iniciada, abre un nuevo espacio para debatir y comprometer. La agenda inicial puede profundizarse. Debe nutrirse y posicionarse. Los tiempos políticos marcan los procesos pero no los determinan.
Resulta imperioso evitar que se pasmen los acuerdos. Una agenda ciudadana robusta puede ser un dique contra las aventuras populistas y autoritarias que se cocinan en la sombra. La sociedad civil sabe de paciencia, de inconformismo, de persistencia. Más aun al constatar que la crisis apenas comienza.