El ecuatoriano medio ama la vida y honra la muerte; respeta a sus mayores y quiere para ellos un adiós digno, sin tribulaciones. Y, a juzgar por los numerosos sondeos a propósito del mes de la declaratoria de emergencia por el covid-19, tiene una preocupación principal: enfermarse y no poder ser atendido por el sistema de salud, y otra concomitante: qué efecto tiene y tendrá la crisis económica en su vida.
Pero el ciudadano reflejado en estas encuestas también cree en el futuro: piensa que en el mediano plazo el Ecuador puede volver a la normalidad, sueña con visitar a sus familiares y amigos, comer su plato favorito, viajar a alguna ciudad. ¿Qué están haciendo los gobernantes y el resto de políticos y personajes influyentes del país para que esos sencillos y difíciles sueños se cumplan?
Ya sabemos que carece de sentido tachar de irresponsables a quienes tienen que decidir cada día entre comer o enfermarse. ¿Pero qué hay de aquellos cuyas decisiones pudieron, pueden o podrán cambiar la situación? Empecemos con el Gobierno, que lucha por mantener el control de la economía y hoy presiona a la Asamblea Nacional por unas medidas para salir del paso a como dé lugar.
Una crisis, se dice bien, puede ser una oportunidad, a condición de cómo se la maneje. Incluso se puede capear una crisis económica con limitaciones de dinero, pero casi nunca sin capital político y sin credibilidad.
Cuando un gobierno abandona el manejo estratégico y se dedica a apagar incendios, estos inevitablemente serán cada vez mayores. En efecto, Lenín Moreno halló el campo minado, pero la repetición incesante del diagnóstico produce parálisis por análisis. Si creíamos que quedaba poco que ver después del Titanic de Mahuad, todavía no habíamos sido testigos de los cinco NO con los que el Ministro de Finanzas anunció las medidas.
Las crisis no vienen solas. Y no se resuelven solas. No puede ser que actores influyentes en la economía y la política, a excepción de algunos que están realmente preocupados y arrimando el hombro, sigan a la espera de una oportunidad para pescar a río revuelto. O que el entarimado se caiga para emerger con sus supuestos modelos exitosos.
El país ya está bastante golpeado. No se merece que le vendan como hechos consumados unas propuestas que todavía deben ser aprobadas en la Asamblea. Ahí confluyen el Gobierno y los supuestos beneficiarios del fracaso, que será el de todo el país, y el consenso mínimo es difícil pero no imposible.
A propósito, no es tiempo de frases solemnes, ¿Qué hizo mal en casi tres años el Gobierno para que la ministra Romo salga a decir que la realidad está por encima de la legalidad, o que harán lo que sea necesario para dar al país una salida? La muerte cruzada sería un remedio peor que la enfermedad. Quedémonos, por ahora, con la muerte directa y digna.