La prensa internacional nos ha informado que Íngrid Betancourt, la candidata presidencial secuestrada por las FARC y liberada por las Fuerzas Armadas de Colombia, ha demandado a su Gobierno y espera recibir una compensación pecuniaria de más de 6 millones de dólares.
Se recordará que la exitosa operación militar, que culminó con la liberación de Íngrid Betancourt y de otros rehenes de las FARC que sufrieron tanto como ella, fue aplaudida por la opinión pública y considerada un éxito estratégico y un paso positivo en la lucha contra el terrorismo. Así lo reconoció Íngrid al agradecer por su liberación. Las revelaciones que empezaron luego a circular con ciertos detalles de su cautiverio ensombrecieron en algo su imagen, a pesar de lo cual la señora Betancourt fue candidatizada para el Premio Nobel de la Paz. El canciller chileno Foxley fue uno de sus postulantes. Dijo que ella “es una ciudadana ejemplar que refleja todos los valores que la comunidad sudamericana debería creer y promover”. Hubo también quienes consideraron la iniciativa como “un sentimentalismo político”, una “indigencia de sentido común y de estatura cultural” y preguntaron qué había hecho Íngrid a favor de la paz mundial.
Íngrid no recibió el Nobel pero sí el premio Príncipe de Asturias. El jurado le calificó de “símbolo de la lucha por la democracia y la libertad, ejemplo de fortaleza, dignidad y valentía… personificación de todos aquellos que en el mundo están privados de libertad por la defensa de los derechos humanos y la lucha contra la violencia, la corrupción y el narcotráfico”.
Ahora, al conocer que la señora Betancourt demanda a su Gobierno una voluminosa compensación pecuniaria, se ha venido hacia abajo su deteriorada imagen humana.
Poco interesa conocer si su demanda tiene o no fundamento jurídico. Una persona que desempeña un papel de liderazgo, considerada como un símbolo de virtudes, tiene que honrar el prestigio alcanzado y ser leal con la imagen transmitida por sus propios actos. Son pocos los líderes que comprenden que una de las peores formas de traicionar al pueblo es no ser consecuentes con los valores que personifican y con la imagen ejemplar que el pueblo se ha forjado.
La demanda parecería indicar que, en el mundo actual, todo se puede compensar con dinero. La entereza ante el infortunio se mide en dólares. El discurso a favor de la equidad por el que se conquista la condición de guía, se puede compensar con una buena suma de dinero. Autoridades de Colombia han considerado la demanda como una colosal ingratitud y han visto, con tristeza, el derrumbe de una estatua de barro.
Tardíamente, y ante la arrolladora crítica, Íngrid ha lamentado las consecuencias de su demanda y ha desistido de ella. El mal está hecho…