En vano quiere parecerse a algo que no es. Al igual que Chávez en Venezuela, quien ha secuestrado burdamente el pensamiento de Simón Bolívar para sustentar y dar sentido a su proyecto político, Rafael Correa intenta en Ecuador hacer lo mismo con Eloy Alfaro.
Por esta razón el gobierno de la Revolución de la Ciudadana, devenido en el régimen de la “involución ciudadana”, evoca constantemente la figura del Gran Luchador. Hay una especie de fijación de Correa no solo en hacer sino también en parecerse a Eloy Alfaro.
El vacío en el que ha caído su proyecto político le lleva a compararse con periodos de la historia que han generado una marca. No obstante, si se trata de buscar similitudes hay que buscarlas en García Moreno y no en el general Alfaro. Frente al espejo, los rasgos distintivos de Correa son más conservadores que liberales.
Eloy Alfaro bregó cerca de 30 años para llegar al poder. Separó la Iglesia del Estado. Promovió dos constituciones. Respetó en un inicio la libertad de prensa. Creó el Registro Civil. Fortaleció la educación pública teniendo como base el laicismo. Impulsó la construcción de grandes obras de infraestructura como la terminación del tren que unió Costa y Sierra.
García Moreno provincializó el Ecuador. Aumentó el poder e influencia de la Iglesia Católica. Trabajó intensamente en el ámbito educativo. Construyó un gran número de escuelas, principalmente en los sectores apartados. Creó la Escuela Politécnica Nacional. Construyó carreteras en todo el país. Fue el iniciador del ferrocarril. Sin embargo, frente a la debilidad del Estado, fortaleció la autoridad presidencial, redujo las funciones del Congreso Nacional, restringió las libertades públicas, promovió la centralismo y gobernó sólo sin una organización partidaria que lo respalde. Sus ministros, salvo pocas excepciones, fueron simples amanuenses.
No se trata de estigmatizar a nadie. Eloy Alfaro hizo lo suyo: separó los ideales de la práctica política. Destierra y fusila, al igual que su antecesor conservador, a los enemigos del régimen. Confisca bienes de sus adversarios. Practica el reclutamiento y las contribuciones forzosas. Los procesos electorales fueron catalogados como fraudulentos. Recurrió a los golpes de Estado. El Congreso no tuvo independencia. Finalmente, la libertad de prensa también sufrió embestidas del poder. Por ello, Correa no debería sentirse tan mal de asemejarse a García Moreno.
Más allá de estas curiosas similitudes y diferencias, llama la atención que la política en el Ecuador no haya evolucionado. Rafael Correa es la encarnación de las peores taras de la política nacional: el caudillismo. Pese a los logros en ciertas áreas, la democracia nuevamente es la gran perjudicada.