La palabra, esa herramienta con la que contamos para nombrar el mundo, es poderosa, hace magia. Porque cuando nombramos el mundo lo creamos. Nombrándolo es como designamos jerarquías, formas de relación, escenarios deseables o censurables, etcétera. Por eso empezar a llamar a las cosas y los hechos por su nombre es un primer paso para empezar a vivir colectiva e individualmente de una forma menos enferma.
No sé si coincidan conmigo en que el umbral de degradación global al que estamos llegando demanda que utilicemos bien la palabra y si no hay palabras para lo que queremos decir que reinventemos el diccionario. Nada nos impide hacerlo.
Por ejemplo, qué tal que en EE.UU. en particular y en el mundo en general se empezara a nombrar -y a comprender- los ataques masivos perpetrados con armas de fuego como terrorismo. Es terrorismo aunque quizá no cumpla con la usanza más clásica del término. Mantiene aterrorizados a millones, lo hace de modo indiscriminado, crea alarma social y reivindica el derecho de dominación o la agenda de un grupo, cuya cara más visible es la Asociación Nacional del Rifle.
Si la gente de EE.UU. empieza a nombrar este fenómeno de esa manera, encontraría cómo poner fin o frenar al máximo esta pesadilla que cada pocos meses copa titulares en los medios y pone de luto a un país entero.
Pensemos qué pasaría si en España los medios que aún están en negación y los políticos, sobre todo, serían conscientes de lo espantoso y vergonzoso que es querer hacer pasar la violencia de Estado ocurrida el domingo en Cataluña como uso legítimo de la fuerza. Capaz y hasta es legal (aunque no entiendo cómo se sustentaría dicha legalidad) que la Policía caiga a palos a gente que lo único que está haciendo es una fila, pero legítimo no es.
En el mismo caso, habría que explicarle a Soraya Sáenz de Santamaría qué significa “proporcional”. Por Dios, que alguien le dé unas clases de matemáticas o sentido común. De lo malacostumbrados que estamos a maltratar el lenguaje somos capaces de decir cualquier disparate, sin sonrojarnos.
Pero no solo veamos la paja en el ojo ajeno; en el propio, la viga que tenemos parece que nos dejó ciegos. Y da náusea el uso de una serie de eufemismos/tecnicismos leguleyos tan en boga hoy por los sonados casos de corrupción en el gobierno pasado. Les doy un par de opciones que abarcan todas esas palabrejas como colusión, peculado, cohecho asociación ilícita: corrupción y latrocinio.
Ahora que ya todos sabemos de lo que estamos hablando, supongo que ya ven la gravedad del asunto. Cuando a las cosas y los hechos se los llama por su nombre, entonces podemos empezar a entenderlos y actuar en consecuencia y proporcionalmente ante lo ocurrido. Funciona como magia, ¿no?
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