En mis cuantos años de existencia he podido asistir a conciertos de distintos cantantes (ahora llamados cantautores) cuando se encontraban en la cúspide de su fama. El éxito les rodeaba sin pensar que en cualquier momento se les podía esfumar. Se movían con la fuerza de su juventud, talento y simpatía, ya que necesitaban seguir coqueteando a sus ‘fans’ que les generaban aplausos y gloria. La voz era fuerte, la mayoría de sus canciones tenían tonos pegajosos y estribillos de fácil recordación. Salvo contadas melodías, las letras de sus composiciones no decían nada. La gente se agolpaba en las boleterías para adquirir las entradas, y el concierto se llevaba a cabo con un público que abarrotaba las instalaciones.
Una vez transcurridos los años, algunos de esos ídolos de antaño se volvieron a presentar, ante escaso público. Las entradas casi no se vendían, los asistentes no eran más que los que alguna vez fueron jóvenes. El cantante no tenía la energía de sus inicios como artista. Las canciones eran las mismas, pero entonadas con voz gastada por el transcurso de los años. El coro no hacía más que intentar apoyar al artista y contagiarle alegría que ya no demostraba espontáneamente.
El sábado pasado me di la molestia (no hay otro adjetivo), de concurrir a la avenida De los Shyris, en donde los promotores del personaje instalaron el escenario para que el artista que antes llevaba multitudes, haga su aparición para deleitar con su repertorio a su público. Mi sorpresa fue inmensa: exagerando habría unos 800 “panas”, a pesar de que la entrada era gratuita. La tarima estaba repleta de coristas que miraban con sumisión al cantante que entonaba algo, mientras esperaba datos y ‘fans’. Los datos llegaron, y el artista molesto se bajó del escenario para esconderse en su camerino, a pocos metros.
El público no llegó, porque los ministros y asesores no tuvieron tiempo para ordenar a los servidores públicos respecto de la obligación de asistir al concierto para oír al jefe. Talvez no fueron, porque el miedo al cantante va desapareciendo. Talvez no fueron, porque sus movimientos son burdos. No llegaron porque no creen en este señor imitador de algunos mediocres personajes de la región andina. No tiene repertorio propio. No es un cantautor. Talvez no fueron, porque dejó de ser un ganador. Talvez no fueron, porque los ecuatorianos rechazan a los tramposos, y esta vez quiso cantar con “pista” ajena, hasta que el auditorio se dio cuenta de su “movida”. Pasó su tiempo a pesar de que aún tiene unos cuantos ‘fans’.
La vida de cantantes y de ciertos políticos se parece. En ambos casos, cuando no son inteligentes pierden el sentido de la realidad, y se rodean de aduladores.