Las familias, alguna vez, experimentan momentos duros, extremos. Allí madres y padres ven cómo enfrentar. Unos tiran la toalla, evaden la realidad, ahogan las preocupaciones en alcohol o se suicidan. Otros asumen la situación y luchan.
Los que deciden luchar insuflan ánimos positivos a los demás. ¡Vamos adelante, dicen con la palabra y el ejemplo! Convocan a toda la familia para juntos superar el mal momento. Pero saben que el esfuerzo no será igual para todos. Unos harán más que otros. Pues, unos tienen las fuerzas y mejores condiciones. Otros, los pequeños y los viejos, imposible que aporten lo mismo.
Así que los más dotados cargan con el mayor peso de la crisis y de las responsabilidades. Es lo justo y equitativo. Pero ante las enormes carencias hay que priorizar los recursos. Entonces, la familia decide proteger en primer término a los niños y niñas.
Primero la niñez, ha sido la consigna, no solo de las familias, sino de las naciones que han salido de los peores momentos y después se han vuelto grandes. Proteger a los niños no solo es un gran sentimiento de amor, sino de responsabilidad con la transcendencia. Esa protección se revela en circunstancias límite, de vida o muerte, cuando, por ejemplo, una madre o un padre, en un accidente o en una situación de guerra, ponen su cuerpo para proteger el de su hijo.
A través del sentido de transcendencia, las personas o las sociedades accionan y garantizan su supervivencia. Así proteger a las nuevas generaciones es fundamental para lograr la continuidad de la familia o de la sociedad. Junto a la protección aparece la educación que inocula a la niñez y juventud el acumulado de conocimientos y sabiduría de la sociedad.
Con la educación, la niñez y juventud, también toman consciencia de su ser, de su historia, de su identidad, garantizando la convivencia y reproducción social. Por esto, la educación, siendo fundamental para la niñez, es prioritaria en la agenda de la sociedad. Y la salud también como componente de la protección que asume la sociedad como su deber respecto de sus ciudadanos. Entonces, salud y educación se erigen como derechos fundamentales de la humanidad, garantizados por cualquier estado civilizado del mundo, por medio de los sistemas públicos, quienes garantizan la igualdad de acceso de toda la población a sus servicios.
Por esto, ese estado, por más que atraviese cualquier catástrofe, priorizará sus niños, su salud y educación. Pero eso no lo entendemos en Ecuador, que conminado por las enormes necesidades fiscales, en una acción desesperada, recorta presupuestos de todos lados del Estado, sin establecer prioridades, poniendo en riesgo la supervivencia de la nación y del país.
Así como la familia luchadora y sabia enfrenta la crisis, el Gobierno tiene que recortar gastos de los lados que la técnica y sensatez recomienden, pero debe restituir los recursos a educación.