Daniel Ortega tiene casi el 73% del apoyo popular. Apenas lo rechaza un 20%. La encuesta es del costarricense Víctor Borge, uno de los mejores investigadores sociales centroamericanos. Es sorprendente.
Quienes vivieron la década de los ochenta saben que aquel sandinismo marxista-leninista, colectivista y alineado con la URSS y Cuba, fue el peor Gobierno de la historia nicaragüense. Provocó una sangrienta guerra civil, inflación, éxodo masivo de cientos de miles de personas, cometió genocidios en regiones indígenas, destruyó el débil tejido empresarial, y dejó un país más empobrecido y convulso que el recibido en 1979 tras huir Somoza.
Parecía imposible revertir el recuerdo de la pesadilla sandinista. Y así fue durante los tres periodos presidenciales donde Violeta Chamorro, Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños derrotaron a Ortega. Y si no sucedió igual en 2006, fue porque el antisandinismo acudió dividido a las elecciones. Entonces, el 61% de los nicas eran antisandinistas.
¿Cómo Daniel Ortega transformó la opinión pública? Lo hizo con tácticas neopopulistas. Con el petróleo y dinero de Hugo Chávez, aumentó su clientela política haciendo pequeños regalos a sectores pobres del país y adquiriendo medios de comunicación que respaldaran al Gobierno.
Simultáneamente, canceló el proyecto colectivista, se declaró cristiano de la mano del cardenal Obando -el poder bien vale una misa- y permitió que las compañías privadas hicieran negocios y se enriquecieran (mientras “no se metan en política”).
Objetivamente, el país no va mal en lo económico. El propósito del neosandinismo ya no es instaurar una dictadura comunista como el modelo cubano, sino echar las bases de un Régimen formalmente democrático y capitalista, aunque, realmente, no sea ninguna de las dos cosas porque, corazón adentro, sobrevive el sustrato ideológico revolucionario en medio de grandes contradicciones.
Mientras en las escuelas públicas los adoctrinadores insisten a los niños en que los males se originan por la codicia de los ricos y la perfidia yanqui, el poder emite señales de que su antiamericanismo es sólo retórico, pues en Nicaragua se aceptan las inversiones norteamericanas con los brazos abiertos y las relaciones con Washington no son malas.
Finalmente, ¿qué es el neosandinismo? Es una especie de somocismo de izquierda, sin convicciones democráticas reales, más una política exterior estridentemente antioccidental, dirigido por un grupo económicamente poderoso que ya no necesita los recursos de sus adversarios de clase, que dotó a la sociedad civil de espacios vigilados de libertad de expresión y propiedad privada, con la voluntad de perpetuarse en el poder mediante una combinación de asistencialismo, lenguaje radical y enriquecimiento creciente de la clase política dirigente.
No es así como se construye un gran país, pero la fórmula, por ahora, les está dando buenos resultados electorales.