Si se siguen sus primeros pasos y se leen los mensajes que ha dado desde que fue elegido como presidente del Perú se podría afirmar que Ollanta Humala lo está haciendo de manera impecable. Nadie debería sentirse muy inquieto, salvo los narcotraficantes, alguna multinacional con ánimo de arrasar con las riquezas naturales y explotar a la gente en acuerdo con el Gobierno o quienes creían que con Ollanta se sumaba un nuevo ‘loquito’ al sainete antiimperialista.
Difícil, por otra parte, que todo sea una pose para tranquilizar a los mercados y para no espantar a los inversores. Además, hay algunos errores, como los del ‘chavismo’ que ya no podría cometer. Sumar al Perú a la comparsa del Alba, bajo el liderazgo de Hugo Chávez; esto es, poner a los peruanos ideológica y económicamente a la cola de los venezolanos, parece un reverendo desatino. Sería como adherirse al nacionalsocialismo en mayo del ‘45.
Ollanta ha dicho claramente que su modelo es Brasil -el de Lula- y ha citado hasta al Uruguay de Tabaré Vázquez. Pero ese ha sido un recurso electoral y más como antídoto para quitarse el tufo chavista.
Ollanta mide bien sus pasos. Es además un hombre con suerte, y si se ha dado cuenta de ello, es el mayor factor a su favor. Llegó a la segunda vuelta por una división del electorado centrista que favoreció a los extremos y después le tocó disputar la presidencia contra el fantasma del dictador Fujimori. Logró el voto de gente que tres meses antes hubiera preferido ‘cortarse la mano’ antes que votarlo, pero que después fueron sus más fanáticos defensores.
Hoy tiene bajo su conducción un país pujante con cifras envidiables y debería recibirlo agradeciendo a su suerte, sin mirar hacia atrás, corrigiendo y afianzado lo que ya hay, pero hacia delante. Se hablará entonces del modelo peruanista, pero no de aquel de fines de los 60 y principios los 70, sino de un país donde los poderes clásicos funcionen efectivamente en equilibrio y con total independencia, donde rijan plenamente los derechos y las libertades ciudadanas y en que exista plena libertad de prensa y donde con esos instrumentos se combata la corrupción y la inseguridad. En un país además en que se garantice el derecho de propiedad, se incentive y se proteja la iniciativa privada y se fomente la inversión pero con los límites que deben existir en defensa de las riquezas naturales básicas, el medio ambiente y en particular la gente; en un país en que nadie crea que por traer capitales o ‘espaldarazos’ y votos en organismos internacionales se les va a dar patente de corso a sus empresas para explotar riquezas y trabajadores. Aunque no lo parezca, un modelo así será toda una novedad. En Perú se puede lograr, no se está tan lejos.