Inversión no es lo mismo que deuda. A diferencia de la deuda -que cobra una tasa de interés específica, tiene un plazo determinado y está garantizada con un bien, un depósito o un contrato- la inversión es dinero que entra a la economía sin una rentabilidad asegurada.
Como es obvio, los inversionistas buscan un rendimiento alto por su capital. Pero si las cosas no van según lo previsto, ellos no sólo que pudieran obtener un rendimiento menor al esperado, sino que hasta podrían perder su dinero. Para moderar ese riesgo, los gobiernos ofrecen a esta inversión estímulos tributarios o concesiones temporales -pero exclusivas- de determinados mercados, por ejemplo.
Los gobiernos hacen todo aquello porque conocen los grandes beneficios que la inversión produce en las economías y sus sociedades. Es que la inversión no se limita a crear puestos de empleo -un objetivo deseable e inobjetable- sino que también deja conocimiento técnico en la industria donde opera y enseña buenas prácticas a las demás empresas en torno al manejo de las finanzas o de los RR.HH., por ejemplo.
A diferencia de la deuda que, en determinados casos, pudiera tener un plazo excesivamente corto de estadía en un país, la inversión tiene, por definición, un horizonte de largo plazo. Esto es importante porque las inversiones de largo plazo fortalecen al sector externo de una economía, cubriéndole de eventuales subidas abruptas de las tasas de interés internacionales.
Durante la década de los 90, los ‘capitales golondrina’, que estaban colocados en depósitos de corto plazo en bancos privados y públicos de la región, comenzaron a migrar hacia otras economías porque allí los rendimientos eran mucho mayores. Las inversiones no salieron porque, al ser de largo plazo, son más difíciles de liquidar y porque no funcionan con una lógica meramente especulativa.
La salida masiva de ‘capitales golondrina’ provocó severas crisis de liquidez, contracción del crédito, devaluaciones sucesivas de la moneda, quiebras bancarias y masivas pérdidas patrimoniales. La actual crítica al capitalismo global surgió de aquellas crisis precisamente.
A causa de la recesión europea y estadounidense, las tasas de interés en aquellas economías han permanecido bajas. Pero esto no siempre va a ser así. El costo de nuestra deuda podría aumentar si el precio del dinero en los países industrializados comenzara a subir. En ese caso, los pagos de intereses podrían debilitar aún más la cuenta corriente de nuestra balanza de pagos.
Es indispensable entonces que el Gobierno trabaje con denuedo para atraer inversión privada local y extranjera. Además de los beneficios anotados, el Gobierno tendría liquidez adicional para inyectar a la economía, una estrategia que ha probado ser políticamente muy valiosa, el elemento central de su gestión gubernativa.