Parece que, como por decreto, Vargas Llosa debe sernos irremediablemente antipático. Que tenemos que menospreciarlo porque abandonó temprano su entusiasmo por la revolución cubana, se distanció de García Márquez, fue candidato a la presidencia del Perú y, para mayor abundamiento, marido perfecto de su prima hasta un capricho postrero a sus 79 años.
Que hemos de reprobarlo porque prologó el Manual del perfecto idiota latinoamericano, escrito por su hijo Álvaro, P. Apuleyo Mendoza y Carlos A. Montaner, cuya pretensión de ser la antítesis de ‘Las venas abiertas de América Latina’, del querido y controvertido Eduardo Galeano, encontró cierta consagración, pues el mismo Galeano confesó en la II Bienal del libro de Brasilia, que su obra, catecismo de nuestra primitiva izquierda, pecaba de exageración, y afirmó que “no sería capaz de leerlo de nuevo”, pues “esa prosa de izquierda tradicional es pesadísima”.
¿Confesarán Alvarito y cía., con idéntica modestia, la perfecta idiotez de su propio armatoste? ¡Cuánta estupidez y estulticia abrigan nuestras pasiones! Vargas Llosa, los infinitos perfectos idiotas latinoamericanos –que todos lo somos, alguna vez-, acertamos o no, nos equivocamos, obscurecemos e iluminamos…, pero ¿quién puede negar el talento singular de ‘La casa verde’, ‘Conversación en La Catedral’, ‘La ciudad y los perros’, ‘La tía Julia y el escribidor; ‘el patético humor de ‘Pantaleón y las visitadoras’, la terrible veracidad de ‘La fiesta del chivo’…, por nombrar solo las obras que nos dejaron el mayor poso de autoconocimiento?
Quienes, conociéndolas, ignoran su poder, el de la labor crítica de VLL y el vigor de su opinión, abandonen estas líneas, pues vamos a un párrafo de su artículo titulado “La felicidad, ja, ja”, que alumbra, desconsuela y ayuda a seguir.
‘La historia reciente está plagada de ejemplos que demuestran que todos los intentos de crear sociedades felices —trayendo el paraíso a la Tierra— han creado verdaderos infiernos. Los Gobiernos deben fijarse como objetivo garantizar la libertad y la justicia, la educación y la salud, crear igualdad de oportunidades, movilidad social, reducir al mínimo la corrupción, pero no inmiscuirse en temas como la felicidad, la vocación, el amor, la salvación o las creencias, que pertenecen al dominio de lo privado y en los que se manifiesta la dichosa diversidad humana.
Esta debe ser respetada, pues todo intento de regimentarla ha sido siempre fuente de infortunio y frustración’.
¿Qué podrá aducir al respecto nuestro perfecto ministro de la felicidad? Él, que ha viajado tanto por países ¿y libros?, ¿tendrá respuestas válidas contra la pobreza, la soledad, la falta de salud, la miseria moral? Y sepa que no le estaría mal añadir a sus empeños una pizca del humor de la Tía Julia, para leer inteligentemente y sin prejuicios a Vargas Llosa, a Galeano, a los perfectos idiotas latinoamericanos, y sobrevivir con buen sabor de boca a la inutilidad de nuestra obstinación contra el agrio sabor del acabarse.