¿Existe la realidad real? ¿Existe algo que esté por fuera de nuestra pequeña y generalmente limitada cosmovisión del mundo? Parece que no. Uno de los mayores problemas que enfrenta la humanidad es la polarización causada por la capacidad de cada vez más grupos humanos de suspender la razón, la lógica elemental y el sentido de incredulidad que es el único que nos permite aprehender la realidad que nos rodea y mejorarla.
Esto está haciendo más daño a la humanidad que el calentamiento global, que es apenas un ejemplo de cómo los dogmas pueden silenciar la evidencia científica y resolver problemas colectivos. Hasta hace poco, hubiera mencionado la famosa frase de “volver a tener una discusión entre adultos”, pero también esa preconcepción se me acaba de terminar escuchando jóvenes tan lúcidos como David Hogg, Sara Chadwick, Emma González dar lecciones a adultos absolutamente dogmatizados en la creencia de que tener un arma es derecho cuasi-divino en EE.UU. A pesar de las evidencias universales de que el desarme reduce al mínimo la violencia social, a pesar de los muertos más frecuentes por ataques en las escuelas, los políticos, los lobistas y la mayoría de los votantes mantienen su apoyo ciego a una enmienda constitucional escrita en el siglo XVIII para un estado aún sin organización policial establecida. Seguirán los muertos: el dinero alimenta al dogma, el dogma a la tragedia.
Pero no miremos la paja del ojo ajeno solamente, la tenemos en casa. Venezuela es el ejemplo más desgarrador, porque vemos a miles de desplazados por el hambre y la polarización, la dictadura y la violencia. Aún así todavía hay “intelectuales” (si se pueden llamar así a seres impasibles ante la desgracia) y políticos que defienden al régimen causante de ella. El dogma protocomunista por encima del ser humano. Y lo defienden sin rubor en el rostro. Están haciendo lo mismo que un día dijeron que hacía el neoliberalismo al poner al capital por encima del ser humano.
Es el peor caso, pero no el único. Hace unos días en una charla sobre corrupción en A. Latina, mencioné al pasar la labor heroica de quienes se atrevieron a destapar el caso en Brasil. Bastó para desatar la ira de los asistentes pro Lula y de un ecuatoriano que repetía el conocido mantra de que “fue una estrategia de la derecha internacional para acabar con la Revolución Ciudadana”. Una vez más, el dogma suspendió la razón: los corruptos son los denunciantes; los buenos son los de izquierda. Ya no se hablan de políticas públicas, diálogo y compromiso para solucionar problemas sociales. La izquierda se vanagloria de “que no habla con la derecha”; la derecha trata de estúpidos a los progresistas; los curas acusan de asesinas a mujeres pro-elección y de depravados a la comunidad GLBTI. ¿Se puede así construir un mundo más justo y pacífico ó mejorar el bienestar de la población? Los dogmas son en sí desiertos inhabitables.
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