Estimada señora. Espero que me crea que esta carta la escribo con todo cariño, porque veo en sus palabras una visión limitada y mucho desconocimiento. He escuchado sus argumentos con detenimiento y hay algunas cosas que quisiera decirle. Sin ánimo de ser grosero, acabar con una vida no es algo con lo que se pueda estar o no de acuerdo. Esto le puede sonar trillado, pero si el vientre de una mujer fuera de cristal, ninguna mujer abortaría, porque podría ver la vida que se está engendrando dentro.
Habla usted de la juventud y de los embarazos inesperados. Tengo que decirle que aunque una persona nazca como fruto de una relación sexual ocasional e incluso de una violación, jamás será un accidente. Los seres humanos son maravillosos, criaturas extraordinarias; no cargamos en nuestra memoria las condiciones en que se dio la concepción, lo que sí recordamos continuamente es el amor de nuestros padres, biológicos o no.
Entiendo que a un adolescente es más fácil decirle que use preservativo a hablarle de la abstinencia. Usted misma menciona a padres responsables y modernos que llevan a sus hijas al ginecólogo para que les ponga un dispositivo intrauterino o les recete las mejores píldoras anticonceptivas. Es uno de los motivos por los cuales me parece que su visión es parcializada, pues el verdadero sentido de la vida es la felicidad. Su hija, querida señora, no será feliz acostándose con quien quiera, ni “viviendo la vida” como usted dice. Su hija será completamente feliz aprendiendo a manejar sus instintos, teniendo fuerza de voluntad, superándose a sí misma.
El aborto no es decisión de la mujer, porque hay una vida adentro que no puede elegir. Imagínese usted, yo vengo de un hogar numeroso donde sólo yo elegí la literatura como oficio para ganarme la vida. Si en determinado momento mi papá hubiese encontrado que no tenía recursos para educarnos, entonces habría dicho una noche después de la cena: -No tengo dinero para pagar la universidad de todos, así que debo deshacerme de uno de ustedes. Le prometo señora que en ese momento hubiera escapado de casa, no sin cantarle a mi padre unas cuantas verdades. En ese caso yo habría tenido oportunidad de defenderme, pero en el vientre, una criatura no tiene esa opción. Afortunadamente mis padres decidieron darme el regalo de la vida, al igual que a usted.
Así que, querida señora, le tengo una propuesta: ¿por qué mejor no nos unimos, usted que es tan inteligente y tiene tanto poder y yo, que soy un enamorado de la vida, y combatimos juntos este relativismo que está acabando con nuestras familias? Póngase a pensar la clase de adolescentes que podríamos formar, qué clase de mujeres tendríamos más adelante para educar a las futuras generaciones. ¿Por qué acabar con una vida cuando el mundo es tan maravilloso? Cada vez que oigo hablar de un aborto, pienso en esos hijos que yo hubiera querido tener.
Columnista invitado