En estos tiempos posmodernos que restan espesor a los hechos históricos para favorecer relatos interesados, uno de los más poderosos es restar condición humana a las mujeres para reducirlas a víctimas; pese a los debates que han provocado las propias mujeres sobre su condición en la sociedad y las luchas que han llevado adelante para obtener derechos.
Como señala la historiadora Joan W. Scott, entender las divisiones de género implica dar un paso atrás y revisar dónde nacieron: admitir que no son ‘naturales’ sino históricas, más allá de las obvias diferencias físicas; pues hay oposiciones que no corresponde a la biología sino a la cultura.
Los creadores de la idea de que los hombres son seres racionales y las mujeres entes emocionales fueron los Ilustrados, precursores de las repúblicas modernas, que conceptualizaron a las mujeres como seres ‘precívicos’, vinculados con la naturaleza, necesitados de la guía de sus parientes masculinos; razón por la cual ninguna de las nacientes repúblicas otorgó derechos políticos a las mujeresy las restringieron al espacio doméstico.
Lo que obvió esa concepción teórica es que las mujeres no son una idea concebida en la cabeza de quienes las idealizan ni pertenecen a un grupo homogéneo sin divisiones políticas, de clase o de etnia, sino que esa fantasía permite jugar con su inclusión/exclusión de espacios de poder.
De ahí que la supuesta ‘ausencia’ de las mujeres de la historia es una falsedad que oculta su condición de agentes activos de la estructuración social, no solo como víctimas y objetos del mercado, sino también como compradoras y reproductoras de sistemas políticos, como también lo son los hombres.
Al reconocer la implicación histórica de las mujeres en la conformación social, es decir, al asumir la dimensión política del ‘genéro’, se entiende la responsabilidad de hombres y mujeres en la permanencia de hábitos socialesjerárquicos, primer paso en la búsqueda de nuevas formas de convivencia social.