En la Semana Santa de España ha habido este año una gran novedad: la presencia de mujeres costaleras cargando los pasos, algo reservado durante cientos de años a los varones. Lamento que la noticia sea una novedad, pues las mujeres hace siglos y siglos que van con la cruz a cuestas. No sólo con la de Cristo, sino con las infinitas cruces que salpican el cotidiano vivir en hogares sin pan, con maridos sin trabajo, hijos migrantes o drogodependientes y futuros inciertos.
La presencia de mujeres en las cofradías será la garantía de una sensibilidad mayor, capaz de unir tradición, devoción y solidaridad. Hace años, siendo yo obispo de Riobamba, logramos reunir y establecer un proyecto común de cofradías de toda la provincia., una realidad presente en todos nuestros pueblos serranos. Hablando con los cofrades les comentaba yo la enorme fuerza social y solidaria que el mundo de las cofradías podía representar. Muchos piensan que algo así corresponde a un mundo arcaico y rural. No es cierto. Cientos de jóvenes participan en ellas dando rienda suelta a sentimientos muy escondidos en el fondo del corazón. Algo sienten y algo buscan.
Cierto que “sentir” no es suficiente. Se necesita ir más allá de la propia intimidad. Se necesita salir al encuentro del otro y tocar sus heridas, paliar sus hambres de pan y de esperanza, extender el mantel y hacer sitio a los hermanos. En semejante apertura el Papa Francisco es un artista, cuestionado hoy por aquellos que ven cismas en cualquier esquina y que quisieran que los diferentes se volvieran invisibles o desaparecieran de la faz de la tierra.
Volvamos a las mujeres, las grandes protagonistas de la Iglesia. “Si no fuera por mujeres como tú y como yo, no sé que sería de todo esto”. Así se expresa ante la Virgen la protagonista de la película “Mi querida cofradía”, un film que reivindica la presencia femenina en las hermandades de Semana Santa. Y es que ser cofrade con voz, voto y músculo, mal que le pese a algunos, no debería de ser sólo cosa de hombres.