Tras los grandes líderes hay procesos sociales, políticos y militares complejos operados por cientos y miles de hombres y mujeres anónimos.
En la fase armada de la lucha de Alfaro, antes de ser gobierno, muchas mujeres participaron en las asonadas e insurrecciones financiándolas, cuidando a los soldados heridos, protegiendo a los buscados, elaborando comida, repartiendo municiones, colocando ideas o combatiendo junto a sus compañeros varones. En reconocimiento de ello algunas recibieron grados militares en los campos de batalla.
De esta parte de nuestra historia se conoce poco, sin embargo varias experiencias han sido sacadas a luz ayudando a visibilizar la participación femenina en tan importante acontecimiento liberador. Tal aporte ha ayudado a comprender que los cambios sustantivos del país no solo respondieron al gran líder sino también a esfuerzos individuales y colectivos de las mujeres y de otros grupos sociales. De todas maneras la nueva historia nacional es morosa en reconstruir y aclarar los procesos y actores “invisibles”.
Eugenio de Janon Alcívar, en su obra ‘El Viejo Luchador’ recupera nombres y acciones de algunas mujeres, como de la Coronela Joaquina Galarza, guarandeña, que “desde su juventud militó en las filas liberales. Ya ayudando a los revolucionarios con su dinero” o “combatiendo en las campañas del 9 de abril y el 6 de agosto de 1895”. Se sumó a la lucha Leticia Montenegro de Durango, quien junto a Felicia Solano de Vizuete, también guarandeñas, desafiaron al poder, fueron perseguidas y emprendieron en diversas acciones por la vigencia de las libertades.
Otras mujeres alfaristas fueron Dolores Vela de Veintimilla quien “venía cooperando a la revolución desde sus años juveniles y en las formas más peligrosas y eficientes: ocultamiento de luchadores perseguidos; envío de dinero y municiones”; Sofía Moreira de Sabando “mujer de alma espartana, cuando fuerzas veintimillistas en fuga, abandonaron la plaza militar de Portoviejo, hizo recoger el armamento para entregarlo luego al General Eloy Alfaro”. Rosa Villafuerte de Castillo de la provincia de Los Ríos “durante largos meses, atendió de su peculio, el gasto que demandaba la mantención de centenares de soldados liberales escondidos en los grandes bodegones de sus negocios comerciales”. Ana María Merchán Delgado, cuencana, “se ocupaba en el servicio peligroso e importante de llevar partes a los revolucionarios”.
Cabe recordar también los nombres de Delia Montero Maridueña (hermana de Pedro Montero), Coronela Filomena Chávez de Duque, María Gamarra de Hidalgo, Maclovia Lavayen, Cármen Grimaldo, Teresa Andrade, Dolores Usubillaga, Juliana Pizarro, entre tantas mujeres que contribuyeron en el periodo insurreccional alfarista a la construcción de un Ecuador más democrático y justo.