La culpabilidad es la mejor arma de tortura contra nosotras desde que estamos niñas, porque vivimos entre ‘noes’ y cuando nos rebelamos y decidimos que sí queremos algo y que podemos lograrlo, nos encontramos con que ya nos han roto y nos han barrido del alma muchísimos papelitos de colores, haciéndonos creer que ninguno es para nosotras”, esto se lo dijo Elena Poniatowska a la periodista colombiana Margarita Vidal en el 2013. Ha sido cierto siempre, desde que el mundo es mundo; tristemente, parece que seguirá siéndolo. Pero ante la tiranía (social, familiar, sentimental) no queda otra que alzar la cabeza y echar un par de gritos; que los maltratadores, los tiranos, los hipócritas, los y las machistas sepan que aquí hay de todo, menos miedo.
Por eso, no me voy a disculpar por tener una vida sexual sana y responsable, por comprar condones y tener a mano pastillas del día después, en caso de que un accidente ocurra. Los accidentes ocurren, ¿sabían? Y exponerse a una maternidad no deseada no es una opción. No para mí, al menos. (Que alguien con suficiente edad como para tener sexo acuda a una cita que puede terminar ¡en sexo! y no lleve preservativos es simplemente deprimente).
No me voy a disculpar por decirle a cualquier tipo de poder (político o económico), es decir a sus representantes, lo que quiero decirles en persona o por escrito. Porque a muchos de ellos les pago de mi bolsillo y tienen que rendirme cuentas. No se olviden.
Tampoco me voy a disculpar por no querer tener hijos ni porque en general me aburran los hijos de los demás (claro que hay niños entrañables en mi vida; ellos y/o sus padres saben quiénes son).
No me voy a disculpar por decir lo que pienso en una reunión social o de trabajo aunque a muchos les parezca demasiado ‘dura’ mi opinión, que si saldría de la boca de un hombre sería frontal, sería aguda; pero yo solo soy una bruja ‘mal atendida’, ¿cierto?
No me voy a disculpar por no tener el vientre completamente plano, los senos inflados de silicona para llegar a una copa D ni la piel sin rastro de celulitis (y de vida).
No me voy a disculpar por ser temperamental y llorar cuando tengo ganas de llorar (de alegría, de pena o de rabia).
No me voy a disculpar porque también me gusten los hombres menores; porque si un hombre de 40 sale con una mujer de 25 o hasta de 20 está muy bien (y lo está); pero si lo hace una mujer de 40 con uno de 30 es corrupción de menores, casi motivo de excomunión y, lo mínimo, de sospecha (“¡Qué desubicada!”).
Es que no me voy a disculpar por no cumplir al pie de la letra con todo lo que el maldito sistema (en el que ya estoy metida hasta el cuello de tantas maneras ¿o hay una forma de vivir, de verdad, fuera de él?) quiere imponerme; por lo que quieren que sea y no me da la regalada gana de ser. Nunca mejor dicho: no me da la gana y no me voy a disculpar.