Pasadas las ojeras, las caras desencajadas que mostraban la resaca de una mala noche a las cinco de la tarde de domingo, se discute si hubo o no derrota y de parte de quién.
Ahora saldrán los sectarios de la revolución, léase, los que son más tirando a la izquierda, por no haber apoyado a los que se dicen de centro, y se quedarán probablemente los que van más tirando a la derecha, porque los otros radicalísimos -infantiles, por cierto- ya se apartaron del todo y resulta que por arte de birlibirloque le hicieron el juego a la derecha sin querer queriendo. Idos y no volvidos, los ecologistas, los indigenistas y los demás istas, y en unas elecciones donde en algunas provincias los que se dicen de centro tirando a verdeaguitas, también hicieron alianza con la derecha, esa derecha de los hijos socialcristianos uribistas y caprilistas como se los llama ahora, ¿con qué izquierda se queda la izquierda? ¿Y con qué derecha se queda la derecha? En algunas provincias se hicieron de oposición -y se aliaron a la derecha- quienes son correístas de corazón, pero que no apoyaban a tal o cual candidato. Siguen siendo verdes. Eso sí. Nunca se ubicaron en oposición al Gobierno pero sí en la oposición a los candidatos escogidos por las altas esferas -hoy sancionadas- que desoyeron a sus bases. Hay caciques que han pasado por todas las camisetas posibles guardadas en el ropero con tal de ganar. Y ganaron. Y se mantienen una veintena de años. Esos caciques son ¿de izquierda?, ¿de derecha?, ¿mordoré a cuadros? Esa confusión total, donde, de tanto movimiento y colectivo -no partido, que suena muy mal en estos tiempos- de colores neutros, de rayas y de cuadros, en los que no se sabe quién es quién, si de derecha, de centro, de más al centro, de más a la izquierda, de más radical o de menos radical, esta política de nombres más que de colores, de descalificaciones, de todo vale, es la que tenemos luego de derrotar a la partidocracia. En esa confusión los perdedores no han sido tan perdedores y los ganadores tampoco han ganado mucho que digamos. A menos que ambos bandos no sepan ver y se crean triunfadores.
Lo que queda claro es que habrá cambios. Como siempre luego de elecciones. Y los cambios implican que cosas que se estaban haciendo ya no se harán, hasta que los nuevos funcionarios se inteligencien en algunos temas y hagan absolutamente lo contrario que su antecesor. El país detenido. Los trámites parados un par de meses hasta que se instalen los nuevos funcionarios. Y el pueblo, ese que dio el voto, ese que se sirvió de las ofertas de campaña, ese que flameó banderas, descansará en carnaval y volverá a trabajar, como todos los días, sin más visitas, ni regalos, ni buses, ni obsequios, ni camisetas. Y acudirá, seguramente, a alguna instancia a hacer alguna gestión y le dirán que su trámite está detenido por la transición.