Comencemos por referirnos a la conceptuación de “moralidad social” propuesta por E. M. de Hostos, filósofo e intelectual portorriqueño, en su obra Moral Social (1888). La concibe como la aplicación de las leyes morales a la producción y conservación del bien social… destinar al provecho de las sociedades todas aquellas normas naturales que han producido el orden moral. Para de Hostos, está regida por la conciencia del hombre en cuanto deber.
D. Hume, filósofo empirista escocés, en el ámbito de su teoría de la acción enfatiza en que la moralidad social compele al hombre a reducir el orgullo, el egoísmo y la agresión hacia los otros, asumiendo un modo cooperativo. Tal “actitud” se fusiona en la más alta noción de “honestidad”, a la que accede la persona al sentir remordimiento ante su acción o inercia. La honestidad así entendida posibilita la concreción de un bien socio-público. La socialización de lo bueno es un proceso ético que adquiere forma cuando los agentes sociales alcanzan, además, conciencia de los órdenes normativos morales y factuales, los asumen responsablemente y con sus actos contribuyen al equilibrio de la comunidad.
En la “concientización” de la moral social y por ende en su necesaria pragmatización, intervienen tres factores: sindéresis, ciencia moral y juicio moral. Sindéresis es la armonía entre el enunciado y la acción; ciencia moral es su proyección a la luz de la razón en contextos específicos. El juicio moral, por último, provoca en el individuo un convencimiento íntimo de la necesidad de proceder “decentemente”. Estos se adquieren en tres estadios de la formación socio-política, que para F. Hegel son la familia, la sociedad y el estado.
La expresión más traumatizante de la falta de moralidad en una sociedad se produce cuando sus miembros miran a la “pobreza” como manifestación de desequilibrios que competen a “otros”, y por ende endosan responsabilidades sin asumir las propias. En la pobreza, la carencia de recursos es tan solo uno de los elementos de recriminación ética. Tanto o más grave es el atentado que representa a la dignidad del ser humano.
Tomando como base la Doctrina Social de la Iglesia – aparte de todo y cualquier miramiento religioso – podemos identificar algunos principios que nos ayudan a demarcar la moralidad social. A la dignidad del hombre ya nos referimos. Un otro de trascendencia es aquel del “bien común”, llamado a ser asumido como el propio bien, siendo que el individuo jamás puede abstraerse de la sociedad de que forma parte. La encíclica Rerum Novarum del papa León XIII (1891) ya habla de la función social de la propiedad. El principio del destino universal de los bienes, junto con la primacía del trabajo sobre los beneficios del capital, compromete moralmente a una justa distribución de la riqueza, y a no explotar al trabajador en beneficio del capital.Según decía Sócrates, “los seres humanos necesitan de la moral tanto como del conocimiento práctico para vivir bien…”. ¿Es ello discutible?