“Siempre ha habido ciertos activos en venta”, dijo el Presidente de la República, y puso como ejemplo al Banco del Pacífico, la apertura del capital de CNT y Flopec y la venta de la hidroeléctrica Sopladora; “estamos preparando una serie de activos que se pongan a la venta y tratar de abrir el capital en ciertas empresas públicas”, concluyó. La declaración no es reciente, se hizo el 30 de abril de 2016, en el enlace ciudadano 473; claro, no hablo del actual presidente, sino de Rafael Correa. Sí, el mismo Rafael Correa que acaba de escandalizarse por la propuesta de Guillermo Lasso: propone monetizar activos del Estado, vendiendo el Banco del Pacífico para financiar la lucha contra la desnutrición crónica infantil.
Hoy, lo que Correa propuso hace cinco años es calificado por él mismo como un saqueo al país, ante el que se pregunta si se puede caer más bajo. Pues parece que sí economista; lo que hace es una prueba clara de cuán bajo se puede caer, un ejemplo acabado de moral selectiva.
No faltarán, sin duda, explicaciones. Para quien no se sonroja cuando sostiene que no tiene nada que ver con una ley aprobada porque sus asambleístas no apoyaron su archivo, le resultará juego de niños mostrarnos cómo vender el Banco del Pacífico no es lo mismo que vender el Banco del Pacífico.
Tal vez me equivoque, pero no recuerdo que el anuncio de 2016 haya generado una campaña de rechazo como la que vemos hoy, cuando el banco que pasó a manos del Estado como consecuencia de la crisis de 1999, entidad de derecho privado que no se relaciona con la prestación de servicios públicos, parece haberse convertido en un bien intocable de los ecuatorianos.
La cuestión no está, sin duda, en estar de acuerdo o no con la venta del Banco (o de otros bienes del Estado). Lo que ocurre es que, cuando se plantea el tema, lo común es hacerlo a partir de generalidades, lugares comunes, retórica vacía o una necesidad enfermiza de decir no. Fácilmente, el asunto se hace ideológico. La venta que Correa proponía sin dejar de presentarse como socialista del siglo XXI, y pese a haber afirmado minutos antes que en ese momento el problema del Estado no era de liquidez, se convierte ahora en una clara demostración del peor neoliberalismo.
El problema, sin embargo, tiene que ver con algo absolutamente práctico: un simple cálculo de costo beneficio. Se trata de hacer el mismo razonamiento que cualquiera de nosotros haría con sus propios bienes, para definir cuándo conviene desprenderse de ellos; se trata de establecer si es más conveniente para el Estado, a partir de números y no de discursos, mantener las acciones de un banco rentable, o desprenderse de ellas; se trata, si la venta se resuelve, de definir un justo precio y, sobre todo, de fijar con claridad el destino de los recursos obtenidos.
Lamentablemente, lo que vemos son argumentos fundados en la irracionalidad o claramente contradictorios o, como en el caso del ex-Presidente, simple y vulgar bajeza moral.