En los sucesos de octubre, el correismo aparecía como una sombra chinesca capaz de desvirtuar la realidad e, incluso de vaciar de contenido y de método el levantamiento indígena. De cara a las próximas elecciones, la deriva populista autoritaria sigue siendo una posibilidad (a la derecha y a la izquierda), alimentada por la violencia, el desorden y la dificultad para remontar la crisis económica. “Con Franco vivíamos mejor”, decían los nostálgicos de un gobierno fuerte y estable. La diferencia es que el franquismo era de derechas y el populismo criollo es de izquierdas (aparentemente). En cualquier caso, ¡adiós democracia!
Por eso, conviene no perder la memoria de lo que un día, a base de eslóganes, presiones y represiones, vivimos con inmensa paciencia (¿o era miedo?). Recuerden… La sociedad ecuatoriana, especialmente la izquierda, se tragó el anzuelo del cambio. Parecía que la patria volvía a nacer, después del vacío político e institucional en el que nos dejaron sumidos los presidentes a granel que nos tocó padecer. El socialismo del siglo XXI tenía las puertas abiertas hasta que el chico fuerte, economista reputado y marimandón, cambió la sonrisa por la mueca dura y amarga. Y, aunque intentó machacarlo hasta la hartura, Arregui tenía razón: íbamos derechos al despeñaperros del estatismo puro y duro.
Fueron muy listos a la hora de promover un socialismo envuelto en ciudadanía, total para acabar cuestionando el valor de la llamada sociedad civil. Ciao, organizaciones indígenas. Ciao, movimientos sociales. Ciao Iglesia crítica y distante, incapaz de descubrir la belleza de la propuesta revolucionaria,… No había que ser especialmente brillante para darse cuenta de que, en el fondo, la revolución ciudadana no era más que una nueva edición de la mismísima revolución liberal y burguesa, eso sí, con distintos collares, intereses y nuevos ricos. Al principio sonó bien, después desafinaron, hasta que la izquierda ética fue abandonando el campo de juego. El Estado quería abarcarlo todo. ¿Y el precio? El precio fue la libertad.
Una vez más, el discurso se fue por un lado y la realidad por otro. Su dicho preferido era: “Ecuador ya cambió”. Quizá se refería a la deuda, a la corrupción o a las infinitas bolsas de pobreza que, pasados los tiempos del control y del discurso único, volvieron, por enésima vez, a explotar. El correismo no fue más que otra arista de lo que hoy llaman el “capitalismo postneoliberal”. Así parecen avalarlo las políticas petroleras del régimen, las concesiones mineras sin consulta previa, el desarrollo de la agroindustria transgénica y la dependencia de los imperios y de las transnacionales emergentes. Por no hablar de la violencia impositiva a la que nos sometieron. Dios quiera que no caigamos en la tentación de añorar los ajos y las cebollas de Egipto.