Así caminamos. Y yo, como muchos ciudadanos de este país, empiezo a cansarme. Les digo la verdad: lo que más me irrita no son los graves problemas que tenemos, sino nuestra incapacidad para afrontarlos. Incapacidad o falta de voluntad política. Odebrecht, Balda, Gabela, Alí Babá y los cuarenta ladrones y las siete mil fisuras del Estado, quiero decir de Coca-Codo Sinclair. Abelardo Pachano, esta vez entre la angustia y la esperanza, tiene razón. Una vez más. Se acumulan y acumulan denuncias que ya no caben en la mente de ningún ciudadano honesto. Ciertamente es el cuento de nunca acabar.
Desde hace un año y medio el país se ha dedicado a levantar la manta y a sacudirla. Han ido quedando al aire las miserias humanas y políticas de una clase dirigente apiñada en torno al líder indiscutible. Los más ágiles corrieron y escaparon a tiempo, poniéndose ellos (y la maldita plata) a buen recaudo. Otros, menos afortunados, están a la espera de que les caiga encima la balanza de la justicia que, en Ecuador, avanza a paso de tortuga. Mientras, la vida social, política y económica se deteriora al borde de la quiebra.
Primero, de la quiebra institucional. Hemos heredado un país en el que la máxima expresión institucional era la sabatina. Pero la división de poderes, las instituciones públicas, fuertes y autónomas, la independencia de la justicia, la fiscalización y el control del Estado, son otra cosa. Ayer mismo, mi vecina (con la que me suelo encontrar en la panadería) me preguntaba: “Monseñorcito, ¿Usted sabe, ahorita mismo, quién manda?”.
Segundo, de la quiebra económica. No sé si el ministro del ramo calcula bien el precio del barril del petróleo y la cuantía de la Pro forma (doctores tiene el gobierno que te sabrán responder), pero la cosa, de tejas abajo, no va nada bien. El pueblo que yo pastoreo sufre demasiado y la mayoría, la inmensa mayoría de los riobambeños (más del 75%), no tienen un empleo adecuado. Miles de ciudadanos viven con apenas un dólar al día (creo que les llaman “pobres de solemnidad”), lo cual no da para embarcarse en sueños de grandeza.
Tercero, de la quiebra moral. Y aquí hay que volver a citar la corrupción, la impunidad, el dónde estará el dinero tan volátil, el quién socapa a quién y el si te he visto no me acuerdo… A mí en particular esta quiebra es la que más me duele, porque lo que está en juego es la dignidad de la persona, el bien común y la cultura ciudadana. Poco a poco, como un cáncer silente que se metastiza sin casi darnos cuenta, se va extendiendo una subcultura de muerte que disuelve y anula valores y principios tales como la honestidad, la solidaridad, el trabajo bien hecho, la fidelidad a la palabra dada y un largo etcétera.
Consecuencia de tanta quiebra es la desconfianza en las palabras de los políticos y en el propio sistema democrático. Avisados quedan. Así que métanle prisa a la tortuga.