Finalmente el Open Arms pudo desembarcar en Lampedusa y los migrantes y refugiados han ido encontrando acomodo en diversos países europeos. El tema, guste o no, volverá a repetirse (detrás va el Ocean Viking) y ya va siendo hora de que el mundo se plantee políticas migratorias integradoras. Pareciera que algunos no se dan cuenta de que las migraciones, por infinitas razones, forman parte de esta nueva época que nos toca vivir. Mientras la perspectiva sea la del racismo y a mí no me toques mi nivel de vida, seguiremos incubando tragedias infinitas.
Desafortunadamente, tenemos ante nuestros ojos situaciones en las que algunos Estados nacionales mantienen relaciones en espíritu de oposición en lugar de cooperación. Por eso, hay que decir no al racismo de los muros y a los nacionalismos proteccionistas que se acontentan con proclamar el “mírame, pero no me toques”. Mejor sería que el señor Trump gastara su dinero y su imaginación en la búsqueda y protección del bien común.
Hay que ser tonto de remate para no darse cuenta de los desafíos globales que enfrenta la humanidad, tales como el desarrollo integral, la paz, el cuidado ecológico del planeta, el cambio climático, la pobreza y tantas nuevas formas de esclavitud. Si cada uno se encierra en sus intereses seguiremos gestando un mundo quebrado y dividido, enfrentado y a la defensiva. Los nacionalismos excluyentes generan racismo y el racismo es sinónimo de violencia. Y mientras la pobreza domine la vida del planeta, no habrá muro, ni mar, ni Trump que impida que la gente busque un mendrugo de pan en cualquier rincón del planeta.
En su día me llamó mucho la atención un comentario del Papa Francisco a la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales. Se refería a la idea de lo que es un pueblo. “Al igual que el Sena, no es un río que se determina por el agua que fluye, sino por su origen y su lecho caudaloso, siempre se considera el mismo río, aunque el agua sea diferente. Del mismo modo un pueblo es el mismo no por la identidad de los hombres, sino por la identidad del territorio, de sus valores y de su modo de vida”. La cita es de Santo Tomás y se basa en el tercer libro de La Política de Aristóteles.
La Iglesia siempre ha promovido el amor al propio pueblo, a respetar y promover el tesoro de las diversas culturas, pero también ha llamado la atención sobre las desviaciones de este apego cuando se convierte en exclusión y odio hacia los demás, en un nacionalismo que levanta barreras e ignora el dolor de los más necesitados.
Frente a tantas personas e instituciones internacionales con profundas entrañas de convivencia y de misericordia, da pena ver cómo se socavan, poco a poco, los espacios de diálogo y de encuentro. ¿Qué queda de los Objetivos de Desarrollo Sostenible aprobados por unanimidad en Naciones Unidas en el 2015? Quizá el señor Trump ni los conozca.