No son pocos los padres hondamente preocupados por el ciberacoso y relación de sus hijos con desconocidos. Y es que, empantallados como viven tantos adolescentes y jóvenes, se vuelve una necesidad controlar la sobreexposición a la que, consciente o inconscientemente, se someten.
¿Cuáles son las mayores preocupaciones de los padres? Sin duda que, a parte lo dicho, está el acceso a contenidos inadecuados, la pérdida de tiempo y la sobreexposición de su imagen. Sería una ingenuidad pensar que el impacto de las pantallas en la vida familiar no tiene ninguna importancia. La relación de las familias con la tecnología es paradójica y desconcertante. Las pantallas facilitan tantas cosas buenas, aunque la información de las redes no siempre sea confiable, pero también han introducido en el hogar y en las relaciones humanas elementos conflictivos y retos inéditos para los padres, amigos y conocidos. Las pantallas (o el mundo digital, por hablar de una forma genérica), ¿nos unen o nos separan? No deja de ser chocante que, inmersos como estamos en el mundo digital (algunos hablan de una nueva era), la soledad y la desinformación veraz y objetiva sigan siendo uno de nuestros mayores problemas.
En este, como en otros muchos temas, tendríamos que preguntarnos en qué medida los adultos, sobre todo los padres, estamos siendo un buen ejemplo para los más pequeños. En general, los padres hacen un uso más intensivo de las pantallas que sus propios hijos. En este tema, ¿estarán los padres preparados para educar? Si van a ser mediadores entre la tecnología y los hijos, muchos padres deberían de formarse y tomarse el tema mucho más en serio, pues los ojos no descansan. Posiblemente, lo primero que hacemos cuando nos despertamos y lo último que hacemos cada día es mirar un dispositivo con pantalla. Las pantallas han cambiado la manera de llevar nuestra vida, hasta el punto de hacerse omnipresentes en cualquier espacio y momento de nuestra existencia. No deja de ser curioso que una gran parte de los accidentes de tráfico (muchos de ellos mortales) están vinculados al uso del teléfono o del WhatsApp. Es inútil negar las ventajas que el mundo digital nos ha proporcionado, pero también es imposible negar que nuestros ojos apenas descansan sometidos a su influencia. Alguien decía, no sin razón, que estamos en la era de la ‘screen pollution’ (contaminación de la pantalla). Y, ante ello, no deberíamos de permanecer quietos.
¿Se dan cuenta lo que significa estar en una conferencia o exposición y dedicarse, delante de las narices del conferencista, a whatsAppear?, ¿o hacerlo mientras se maneja el carro?, ¿o, incluso, durante la Misa? Todas esas cosas toca contemplar ante la indiferencia general y el “tragalotodo” de los niños. Quizá aquello de “analfabetos digitales” vaya en serio y, una vez más, nos toque aprender y volver a empezar a educarnos de nuevo.