Las unidades que otrora medían el tiempo parecen obsoletas: ni bien empezamos un año, el siguiente ya está por terminar, los días pasan con prisa, las horas parecen encogidas en sus minutos y segundos que transcurren cual veloces e incontenibles torbellinos. Inmersos en esta turbulencia vivimos obnubilados por lo urgente y poco, lastimosamente poco, pensamos en lo trascendente; casi abolidos, en esta modernidad, están los momentos para la reflexión, sin tiempo para el crecimiento espiritual, para el diálogo fructífero, para el compartir en familia.
Alumbra a esta vertiginosa época la primera carta encíclica “Lumen Fidei” (La luz de la fe), del papa Francisco, que surge como integridad a las dos anteriores de Benedicto XVI: “Spe Salvi” (Salvados en esperanza) y “Deus caritas est” (Dios es amor), completando la trilogía iniciada por el anterior pontífice, quien decidió escribir una encíclica sobre cada una de las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, a propósito del Año de la fe que concluirá el próximo 24 de noviembre. Dice Francisco de su antecesor, en la parte introductoria: “… él ya había completado prácticamente una primera redacción de esta carta encíclica sobre la fe. Se lo agradezco de corazón y, en la fraternidad de Cristo, asumo su precioso trabajo, añadiendo al texto algunas aportaciones…”. Por eso se dice que esta primera encíclica de Francisco fue escrita a “cuatro manos”.
Es sencillo encontrar la encíclica y “bajársela” del Internet. Ojalá de sencillo resulte para los católicos, en especial, para los laicos, que somos mayoría, no encasillarnos en “católicos practicantes” y “no practicantes”. Las tres fuentes de la religión católica son: la sagrada escritura, la sagrada tradición y el magisterio de la iglesia; como parte del magisterio de la iglesia están las cartas encíclicas; oportuno resulta revisar estas cartas para conocer, a ciencia cierta, qué nos comunican los pontífices, en qué nos guían para que procedamos “como Dios quiere”, ante cada tiempo y circunstancias que nos envuelven.
A propósito de lo que sucede en Brasil, en estos días, Francisco nos dice en su encíclica: “… en las Jornadas Mundiales de la Juventud, los jóvenes manifiestan la alegría de la fe, el compromiso de vivir una fe cada vez más sólida y generosa. Los jóvenes aspiran a una vida grande. El encuentro con Cristo, el dejarse aferrar y guiar por su amor, amplía el horizonte de la existencia, le da una esperanza sólida que no defrauda”.
Como colofón a esta columna, también escribe Francisco: “La fe no es un refugio para gente pusilánime, sino que ensancha la vida. Hace descubrir una gran llamada, la vocación al amor, y asegura que este amor es digno de fe, que vale la pena ponerse en sus manos, porque está fundado en la fidelidad de Dios, más fuerte que todas nuestras debilidades”.