Para cuando se publiquen estas líneas, millones de colombianos estarán acudiendo a las urnas para definir quién será el próximo presidente de Colombia.
Si están bien los sondeos, Juan Manuel Santos entrará por la puerta grande al Palacio de Nariño y eso, plantea una encrucijada importante para el Ecuador que debe tomar la cuestión colombiana con una visión de Estado, que significa pensar más allá de los gobiernos y más allá de las preferencias ideológicas o partidistas que puedan tenerse entre gobernantes.
El grave distanciamiento que ocurrió debido al ataque colombiano a un campamento de las FARC en territorio ecuatoriano probó que -entre países vecinos y en pleno siglo XXI- no cabe la desconfianza y peor aún la agresión. A Colombia -por más que insista sobre el tema- no le pagó nada bien el resentimiento y el alejamiento del Ecuador por haber violado no solo su territorio sino también su confianza.
Al Ecuador tampoco le ha pagado estos dos años de ruptura y Guerra Fría porque la desconfianza ha terminado dejando vía libre a las bandas armadas y delincuenciales que pasan la línea de frontera con o sin pasado judicial porque no hay suficiente coordinación entre las fuerzas para detenerlas.
En la mitad, como siempre, han quedado los ciudadanos emprendedores y los trabajadores que viven a los dos lados del cordón fronterizo, porque sus negocios han perdido dinamismo, el turismo ha bajado y la seguridad sigue siendo escasa.
Juan Manuel Santos no es santo de nuestra devoción, es verdad. Tiene una personalidad fría, poco carismática (a diferencia de Uribe y Correa) y una vocación demasiado agresiva a la hora de tomar decisiones, como vimos en el caso de Angostura.
De todas maneras, ha participado por más de 20 años en la política colombiana y se ha preparado toda su vida para ese cargo: es sobrino del ex presidente colombiano Eduardo Santos, se ha preparado en la London School of Economis en Economía y Desarrollo y en Harvard en Administración Pública.
Todos esperamos que tenga una política de respeto estricto al Derecho Internacional y a la soberanía de los países durante su administración, así como también esperamos que deje atrás su tendencia a llevar la política exterior desde los micrófonos y desde ahí antagonizar con sus pares.
Ecuador, por su parte, debe también aprender a ser absolutamente profesional y riguroso en el tratamiento del problema colombiano. Hay que decirlo porque declaraciones anticipadas y desafortunadas pueden minar el territorio del proceso de reanudación de las relaciones con Colombia, antes siquiera de que estas empiecen.
Y esto no solo toca al Ejecutivo, sino también a un Legislativo siempre presto a hacer declaraciones internacionales apresuradas y a la Función Judicial, especialmente a la Fiscalía, siempre dispuesta a tener un minuto de prensa azuzando juicios y declaraciones que suenan populares.