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Siempre hemos sabido que en las democracias priman las mayorías, respetando a las minorías. Sin embargo, hemos comprobado que en el Ecuador ocurre lo contrario: una minoría co-gobierna, impone sus condiciones, determina el manejo de la economía, nos somete a todos a sus objetivos, que no son otros que la protección de los intereses de un grupo social que en las urnas no tiene significancia.
Los movimientos indígenas se tomaron la ciudad de Quito, destruyendo bienes públicos y privados, atentando contra un patrimonio admirado universalmente, atacando derechos fundamentales de los ciudadanos. Argumentan que el derecho a la resistencia les ampara, pero olvidan que es necesario que se violen derechos constitucionales y yo por lo menos no conozco que el subsidio a los combustibles esté amparado por la Constitución.
¿Y los derechos de primera generación? ¿En qué quedan el derecho a la vida, a la integridad física, a la propiedad, a la libertad? La respuesta es en nada, porque la violencia y el vandalismo se convierten en el derecho de la fuerza, que se impone sobre los demás.
Las huestes correístas, que venían preparándose y organizadas, a la espera de la primera oportunidad, olvidaron las palabras de su Jefe cuando tuvo un conflicto con la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie): que no se oponía al derecho de resistencia, “cuando se efectúa en un contexto pacífico” y que no puede ser excusa para que los opositores “fragüen hechos extremadamente violentos”.
Y no es justificación para que un ciudadano Jaime Vargas, llame a cerrar las calles y al golpe de Estado.
Y allí sigue, tan tranquilo, redactando un decreto como si fuese parte del Ejecutivo. El que no haya sido detenido e imputado, con otros de los dirigentes, solo demuestra que estamos viviendo en un Estado fallido.
Recuerda lo ocurrido en México: un narcotraficante liberado, porque sus fuerzas superan a las de la seguridad del Estado. La impunidad es la norma, el Código Penal papel mojado.
Para colmo la Conaie ha incumplido su palabra. Se comprometió a colaborar en la redacción de un decreto para focalizar los combustibles y nos salió con un domingo siete: un programa de gobierno, con reforma tributaria y todo. Su pretensión es imponer a la nación, a golpe de toma de calles e incendios de edificios, las ideas del socialismo de los años 30 del siglo pasado.
La madre patria es una: la de ellos, claro. Se nos dejó una nación quebrada y desmembrada en tribus que van a lo suyo.
Ya lo dijo Platón: “de cualquiera que esclavizase las leyes, sometiere la ciudad a una facción y despertase la discordia civil, hay que pensar que es el peor enemigo de la polis”.