“Pensaba que íbamos a dejar un mejor mundo para los nietos y no ha sido así, les dejaremos uno peor”, dice una abuela, el 9 de noviembre, día en que se conocieron los resultados de las elecciones en el país del norte. Lo dijo con sorpresa y tristeza mientras leía en diario El País de España, aquello de que “un loco dirigirá un manicomio”.
La esperanza de otro mundo posible se parece estos días a una llama que está a punto de apagarse. Parece que todo está descompuesto y la descomposición es profunda: la justicia, la igualdad, la libertad, la democracia, los derechos de las minorías, de los indígenas, de los negros, de los latinos, de los migrantes, de las mujeres, de los obreros y trabajadores, de los niños, de los ancianos, se volvieron nada: humo que se escapa entre los dedos.
Todas las luchas de al menos dos generaciones parecen ser hoy, en el siglo XXI, una ilusión de unos pocos trasnochados del siglo pasado. A cambio, el racismo, la homofobia, la discriminación, la injusticia, la violencia, el femicidio, los populismos, el fascismo, la dictadura, el conservadurismo, el caudillismo, el odio como principio, se han instalado. La derecha y la izquierda comienzan a parecerse cada día más en sus fines y también en sus métodos. ¡Se han perdido hasta las contradicciones!
El poder es igual en cualquiera de esas esquinas. Ahí, donde se había avanzado, ahora se retrocede, como el cangrejo. Ahí donde se luchaba por derribar muros ahora pretenden construir nuevos. Ahí donde se hablaba de democracia y de libertad hoy se habla de autoritarismo y se ponen mordazas con el beneplácito de las masas. Donde hubo amor, ponga usted odio… donde hubo alegría ponga usted tristeza.
La sociedad descompuesta aquí, ¡y en la quebrada del ají! La sociedad enferma de apatía y el poder enfermo de ambición. La corrupción llega hasta las barbas del poder y nadie se indigna en el reino de la indiferencia. No sorprende que los pájaros disparen a las escopetas y, como en el reino del revés, se persiga a quien denuncia y se deje ir a quien ha robado, porque, como dijeron por ahí… la “pena” que pagarán por sus trapacerías será vivir escondidos (con sus millones) durante algún tiempo, hasta que todo se olvide. ¡Una pena (hay penas y penas) que no devuelvan aquello que no es suyo.
Para hacer de este mundo algo mejor, el mundo que quiere la abuela para sus nietos, hay que empezar desde el principio, como si nada hubiera pasado, como si ninguna conquista en derechos hubiese sido verdad.
¿Articulo pesimista? Como decía Leonard Cohen, que puso la guinda del pastel a las penas de noviembre: “No me considero un pesimista. Creo que un pesimista es alguien que está esperando que llueva. Y yo me siento empapado hasta los huesos.”